El siguiente articulo correspondiente
al maestro Carlos Castillo Ríos, el
cual nos va a transcribir una carta de cómo debería ser el amigo médico, serán las
palabras del ilustre amauta Joaquín
Garay Figueroa quien nos describa esos detalles simples que debe tener el
amigo medico con su paciente, recordemos que el ilustre Joaquín dijo en una
oportunidad: “falta mucha sensibilidad a
los médicos de hoy”.
Estas líneas que a continuación van a
leer, también servirán de un pequeño homenaje que le rendimos al ilustre
medico: Joaquín Garay Figueroa por haber
apostado por los niños y por una mejor calidad de vida para los niños de la
calle…
Carta a mi amigo el médico
Escribe Carlos Castillo
Ríos
Recopilación de Marco
Espinoza
En todo el mundo se ha empezado a
cuestionar a los médicos. Los marxistas dicen: dieron valor de cambio a la
salud que sólo debería tener valor de uso. El paciente, proclive a generalizar,
en su desesperación antes de ir al quirófano se pregunta si no estará sano y si
su operación será nada más que un pretexto para cobrar dinero. La medicina, de
este modo, devino en una práctica peligrosa que los mal pensados creen que sólo
es camino al enriquecimiento personal. Es decir, forma de explotación asociada
al dolor, a la fiebre y a veces a la muerte.
No fue así siempre la medicina: el
capitalismo le contaminó, le echó sombras. Pero, viéndolo bien, todo lo
corrompió el capitalismo. Así, el abogado vende justicia, el juez libertad y el
policía se vende a sí mismo, al mejor postor. Capitalismo puro, decadente,
adaptado al país y ya criollo. Los burócratas crean dificultades con el propósito
insólito e innoble de vender, después, facilidades de trámite. Pocos se salvan.
Así estamos ahora, cuando el siglo XXI
se aproxima. Pero todo esto no es verdad totalmente. Un amigo se asegura que
hay también ladrones “honestos” que
sólo roban al que tiene dinero mal habido. Y le creo. También he visto, en
provincias, médicos que están por encima del vil metal: médicos conscientes, estudiosos, fraternos y
solidarios con sus semejantes.
Uno de ellos, Joaquín Garay Figueroa,
es autor de esta hermosa carta que todos debemos leer para que renazca en
nosotros, otra vez, la esperanza. Y para que la codicia de pocos no contamine
la solidaridad de muchos. Y en homenaje a quienes ponen su conocimiento y su
trabajo al servicio de sus semejantes.
(La carta dice así:)
Estimado doctor:
No sé cómo empezar esta carta porque
le quiero y le temo. Porque desde que fui niño su presencia la vi y sentí unida
a la muerte y a la vida.
Lo he visto tantas veces confundido
con el hombre más importante o con el más simple a través de los tiempos, con
calor o frío, de noche o de día, andando a pie, a caballo, en bote, en autobús o
en auto, devorando kilómetros para llegar a su paciente, llevando solución al
dolor del hombre o la angustia de la familia. Físicamente agotado al tratar de
descansar, le he visto salir de nuevo por la noche para acudir a un niño grave
o a un padre de familia accidentado. Siempre sonriente, seguro de sí mismo y de
buen humor.
Doctor, cuando me siento en la silla
de su consultorio o estoy tendido en una cama de hospital, lo quiero humano
como hombre, sintiendo lo que yo siento porque somos iguales, sólo que en
circunstancias diferentes. Lo quiero humilde, con esa humildad que da la sabiduría
del hombre que observa, investiga, analiza y concluye. Con la sensatez del que
sabe. Lo quiero como al maestro que con palabra y ejemplo enseña. Por eso
quiero que hurgue mi alma y me trate como si fuera su propio hermano su hijo o
su padre, sintiendo el dolor que siento y esperando lo que usted esperaría. Comprenda
que si le exijo tanto es porque la sentencia que dará al final de nuestra
entrevista será como la sentencia que da el Juez Supremo: de vida o muerte.
Comprenda usted la magnitud de ese
momento. Por eso lo quiero sencillo, sin poses ni arrogancia, sin léxico complicado,
porque una palabra suya mal dicha o mal entendida puede ser más grave o fatal
que un bisturí mal conducido. Le pido, por eso también, respeto por mi vida,
consecuencia en sus actos. Mis secretos y confidencias son solo para Ud. y para
quien lo necesite para el progreso de la ciencia. Respete mi dignidad de
persona.
Doctor, sé que sus estudios significaron
no sólo dinero sino lo mejor de su vida: la juventud. Significaron privaciones,
sacrificios, mucho esfuerzo y voluntad además de capacidad. Pero pienso que si
Ud. estudió para médico, no fue pensando hacerse rico. El dinero pierde, endurece
el alma, envilece. Hay mejores medios para hacer dinero y supongo que como médico
jamás pensó en ello: enriquecerse a costa del dolor humano, de la angustia de
una familia o del sufrimiento de un pueblo. Sabemos que este veleidoso y cambiante
mundo gira alrededor del dinero pero no se pierda por ello. La conciencia
limpia y el deber cumplido son preces que no tienen valor en monedas. La satisfacción
de ver mejorado a su paciente tiene más valor que todo el oro que Ud. pueda
acumular.
Cuando los años declinen más su torso
de tanto acercarse física y espiritualmente a su paciente: cuando su andar se
haga pausado y su cabellera sea más blanca, comprenderá mejor que su misión en
este mundo fue una de las más bellas y sublimes que pueda tener el ser humano,
cual es, la de preservar la vida y restituir al hombre a la sociedad.
Gracias doctor y hasta pronto: Joaquín
Garay Figueroa.
Referencias
Castillo Ríos, C. (7 de enero de 1986).
Carta a mi amigo el médico. La República,
p. 18.
[Fotografía del periódico La
República]. (Lima. 1986). Archivo fotográfico de la Revista La Chispa, extraído
de la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional del Perú, Lima, Perú.