Pasan los días, la humanidad va desapareciendo por sus propios errores, y el maestro Carlos Castillo Ríos se pregunta: ¿Cuándo se hundió el Perú?, la respuesta que nos dio hace 37 años es la misma que hoy en día. Vidas separadas, los que tienen y los que no tienen, los de arriba y los de abajo, los que sueñan y los que roban sueños, y hoy en plena pandemia sanitaria: los que tienen dinero se salvan y los que no mueren o dejan empeñado su alma al mejor postor…
¿Cuándo se hundió el Perú?
Escribe Carlos Castillo Ríos
Reeditado por: Marco EspinozaS.
Y miras y sientes y hueles a Lima y es como una hermosa y otoñal mujer que lleva seis meses sin bañarse ni cambiarse de ropa.
Sientes que el deterioro, el hollín, la mugre, cubren los espléndidos edificios que intentaron repetir en el tiempo la majestuosidad inca. Junto a ellos ves la masa de vendedores ambulantes más impresionante de América Latina: 200 mil.
El vendedor ambulante es el símbolo del Perú de hoy.
Durante los últimos cinco años las empresas extranjeras han sacado del Perú utilidades por más de 500 millones de dólares.
Una pregunta te trabaja en las vísceras como una úlcera estrangulada: ¿Este país da utilidades? Entonces como si vieras una película del pasado, comienzas a reconstruir lo que has visto, oído, leído en los informes oficiales y las cifras compiten en tu cerebro con el dolor y la agonía de los peruanos.
Sabes, por ejemplo, que allá en el Alto Perú, hace como un año que no llueve. Y que entonces la tierra se cuarteó, las cosechas desaparecieron hace mucho tiempo y el hambre arrasa a los indígenas y a los “mistis”. Miles de madres de Puno, en esas praderas muertas que bordean el lago Titicaca, salen a los pueblos a vender o a regalar a sus hijos, porque no los quieren ver morir de hambre a su lado.
No es una ficción porque ahí estas frente a Gregoria Flores Huata, que vino de la isla de Tequile, en el lago Titicaca, y que ahora deambula por la ciudad en busca de alguien que le compre sus cinco hijos. “Si no encuentro alguien que me los reciba, se me van a morir, aquí no hay medicina, hace días que nos comimos la última cebadita que nos quedaba…”.
· ¿Se come la democracia?
Mientras caminas por Lima y penetras a sus calles y luego vuelas a Ayacucho y entras en la desolación de los campos, piensas que allí muy cerca, apenas mil kilómetros al sur, la dictadura de Chile se derrumba simplemente porque fracasó en dar comida y bienestar al pueblo. Y que a su alrededor, en el Perú, también la democracia se desquicia porque no es capaz de satisfacer a los peruanos.
Pasas frente a una fábrica y ves los carteles que hablan de liquidación, de quiebra, de huelga. Recuerdas que durante los últimos años la industria nacional perdió más de 250 mil millones de soles y que durante los últimos 10 no ha habido crecimiento industrial. “El Producto Nacional Bruto también es de menos del 10 por ciento”, te dice un tecnócrata y sientes que esa cifra que nadie entiende es ahora una realidad que se huele entre el olor a pescado podrido que se respira en Lima.
“Realmente cuando se jodió el Perú, te preguntas tú mismo y te angustias porque sabes que es una irresponsabilidad tratar de entender un país en doce días, pero miras una cifra abrumadora: un millón de peruanos perdieron sus empleos en los últimos años.
Alguien te dice que Lima fue hasta poco la ciudad más limpia, segura y amable de Sudamérica. Sientes que esa nobleza aún yace en los limeños, pero que ya muchos se están volviendo fieras enjauladas, así como los bogotanos. Todos te dicen que cuidado, te atracan y piensas que al fin y al cabo no puedes alarmarte, pues llegaste de Bogotá, una de las ciudades más inseguras y sórdidas del mundo.
Estás ahí cuando otra cifra te estremece: la mitad de los habitantes de Lima vive en tugurios. De entre los tugurios, es decir, la mitad de Lima, ves que la gente marginal desciende de las colinas y se atosiga en buses hacia el centro, hacia el corazón de los vendedores ambulantes, hacia la miseria que empieza casi en las puertas del versallesco Palacio Presidencial. Es la gente del azar. Con pantalones rojos ordinarios y camisa “floriada” y sucia caminan hacia el centro de la ciudad a vender un pájaro o atracar un hombre.
Son indígenas o “mistis”, tal vez mestizos. Todos hablan quechua. Pero tú les preguntas y dicen que no. Ocultan su idioma porque se avergüenzan de él y se apenan porque el Perú occidental, la ciudad, los despojó de su identidad.
· La gran nobleza
“El 30 por ciento de los pobres del Perú son los más pobres de América Latina” te dice otro tecnócrata y también te recuerda que allá en Ayacucho, donde Sendero Luminoso lanza dinamita con hondas, la inversión del Estado por año y por persona es de 300 soles. Es decir, apenas 15 centavos de dólar.
Pero ahora no estás allá en Ayacucho, en las montañas escarpadas donde los indígenas esperan la muerte, mientras mastican coca y miran los abismos, sino en Miraflores, el otro Perú, socialmente más encumbrado que el Alto Perú, el de indígenas y templos.
Vas por el Zanjón. Como si avanzaras por la vía periférica de París, la masa de coches se desplaza rauda. “Ochenta mil automóviles de lujo han entrado al país durante los últimos años sin pagar impuestos”, te dice tu fuente oficial. Y también otra cifra: “El 10 por ciento de la población económicamente activa absorbe más del 60 por ciento del producto nacional”. Como si fuera poco has comprobado que está a punto de desaparecer la clase media.
Penetra a las casonas de muebles Luis XV auténticos y pianos de cola. Son tal vez los más ricos de América, y pese a todo el deterioro del país, han conservado el poder y la magnificencia que hizo de la burguesía limeña la más poderosa y elegante de la América española.
“A cada una de estas familias sus propiedades en empresas o bancos les producen en una hora más de lo que gana cualquier peruano pobre en toda su vida”, te dicen. Es el 5 por ciento de la población que acapara casi el 80 por ciento de la riqueza del Perú.
Así nos ven. Así somos. Ni campaña en contra del Perú ni exageración. En vez de indignarnos debemos hacer que nuestra vergüenza y nuestra tragedia sean el estímulo para luchar por el cambio que no se puede posponer por más tiempo. (Castillo, 1983, p. 11).
Referencias
Castillo Ríos, C. (martes, 25 de octubre de 1983). ¿Cuándo se hundió el Perú?. La República, p. 11.
[Fotografía del Diario La República]. (Lima. 1983). Archivos fotográficos de la Revista La Chispa, extraídos de la Biblioteca Nacional del Perú. Lima, Perú.