En esta crisis sanitaria y social que
ha vivido el Perú y lo sigue viendo, son los más golpeados, nuestros niños, como
dice Castillo, subalimentados, enfermizos y muchos de ellos tiene que salir a
trabajar para mantener a su familia viva, es nuestra cruda realidad, ayer, hoy
y esperemos que no siempre, según el autor de este artículo, esto no era así
antes que llegaran los españoles y ni mucho menos antes de firmar una
independencia de ellos y no del pueblo. Nos contextualizamos en 1989 y citamos:
Del bienestar a la miseria
Escribe Carlos Castillo
Ríos
Reeditado por Espinoza
Marco
El país, después de la llegada de los
españoles, vivió siempre en un mar de problemas pero nunca, como ahora,
atraviesa por una de sus crisis más profundas: inflación que supera el 2,000%,
reservas económicas dilapidadas y, además, quiebra de autoridad y confianza
capaces de hacer trizas la credibilidad de las personas originando, en ellas,
graves procesos de desmoralización y temor al futuro. Los gobernantes, por su
parte, sin argumentos válidos para justificar sus desmanes, frivolidad y dispendio
en el manejo de la cosa pública ni el elemental coraje para autocriticarse y
expresar, por lo menos, propósito de enmienda, ensayan defenderse difundiendo
frases de escaso contenido político pero mágicos efectos psicológicos: “El
Perú es superior a sus problemas”, dicen.
Lo concreto es, sin embargo, que las
mayores víctimas, de la crítica situación económica y social por la que
atraviesa el país son los niños. Subalimentados y enfermizos en alarmante
proporción necesitan, para sobrevivir, salir a practicar cierta especie de
dolorosa y degradante mendicidad disfrazada de “trabajo informal”: limpian
carros o zapatos, venden periódicos, baratijas o golosinasen algunos casos, no
sólo para cubrir sus gastos de subsistencia sino también, algunos, para alimentar
y vestir a sus propios padres y hermanos menores más pobres aún que los propios
niños. Son, pues, hijos padres. Este fenómeno, desconocido en los países
altamente industrializados y en los socialistas, y que es excepcional en otras
regiones pobres del orbe, resulta ser alarmantemente común en Lima,
especialmente después de la crisis de setiembre de 1988.
Según las cifras oficiales, solo en
Lima hay más de 500 mil niños en situación de riesgo. Sin embargo, y al mismo
tiempo, el país tiene 9 emisoras de televisión a color y más de 127 de radio.
Se puede discar directamente para hablar por teléfono con Londres, Moscú o
Nueva York. Las tiendas ofrecen a sus clientes, propietarios de los medios de producción
o altos funcionarios del Estado, licores, joyas, vestidos y demás enseres
importados, de último modelo.
El sueldo mínimo, al que ni siquiera
alcanzan millones de desempleados y subempleados equivalía, a fines de enero de
1989, a poco más de 15 dólares USA mensuales, cantidad apenas suficiente para
cancelar la mitad del precio de una pieza, por una sola noche, de un hotel de
cierta categoría. ¿Qué hacen, cómo hacen para sobrevivir familias de 4 o 6
miembros si el jefe de familia es, por ejemplo, un profesor graduado que, si
tiene colocación, gana de 20 a 25dólares mensuales? ¿Cómo paga vivienda,
pasajes, alimentos, vestidos, de él y sus hijos? Nadie, en realidad lo sabe. Tampoco
lo dice misma población damnificada pues, abrumada y desorientada como está, es
con el silencio como llega a asumir, con hermosa dignidad, su pobreza.
No fue siempre así, sin embargo. Lo cierto
es que desde la llamada independencia que no fue económica han pasado 168 años.
Desde entonces la población peruana no ha vuelto a tener jamás el mismo nivel de
bienestar social ni la calidad de vida que en la época prehispánico. En
otras palabras: cuando gobernaban el Perú los analfabetos, los salvajes según los
cronistas españoles, había un cierto grado de justicia social en el país. Fue necesario
que llegara la cultura occidental y cristiana para que pasáramos nosotros del
bienestar al hambre, del trabajo pleno a la mendicidad y la inmoralidad
peligrosamente generalizados. Si es así, se impone preguntarnos: ¿Deben
nuestros centros educativos seguir reproduciendo los conceptos de ciencia, tecnología
e ideología que nos viene, precisamente, de los centros imperiales situados en
lo que llamamos occidente? ¿Aceptar, sumisamente, sus valores, su concepción
del mundo? ¿Debemos, en definitiva, seguir sembrando en nuestros niños los
modelos de occidente, mutilando nuestra cultura de origen? En definitiva,
¿continuando ciegamente adheridos a la cultura importada habrá alguna
posibilidad de solución a los graves problemas de la infancia y juventud
peruana?
Estas preguntas cobran dramática vigencia
ahora que existe la intensión, otra vez, de revisar el Código de Menores. A propósito,
¿será el de los niños del Perú un problema legal? (Castillo, 1989, p. 13).
Referencia
Castillo Ríos, C. (19 de febrero de
1989). Del bienestar a la miseria. La
República, p. 13.
[Fotografía de Marco Espinoza]. (Lima.
2020). Archivo fotográfico de la Revista La Chispa, extraído de la Hemeroteca
de la Biblioteca Nacional del Perú, Lima, Perú.