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domingo, 19 de abril de 2020

Del bienestar a la miseria de Carlos Castillo Ríos


En esta crisis sanitaria y social que ha vivido el Perú y lo sigue viendo, son los más golpeados, nuestros niños, como dice Castillo, subalimentados, enfermizos y muchos de ellos tiene que salir a trabajar para mantener a su familia viva, es nuestra cruda realidad, ayer, hoy y esperemos que no siempre, según el autor de este artículo, esto no era así antes que llegaran los españoles y ni mucho menos antes de firmar una independencia de ellos y no del pueblo. Nos contextualizamos en 1989 y citamos:
Del bienestar a la miseria

Escribe Carlos Castillo Ríos
Reeditado por Espinoza Marco
El país, después de la llegada de los españoles, vivió siempre en un mar de problemas pero nunca, como ahora, atraviesa por una de sus crisis más profundas: inflación que supera el 2,000%, reservas económicas dilapidadas y, además, quiebra de autoridad y confianza capaces de hacer trizas la credibilidad de las personas originando, en ellas, graves procesos de desmoralización y temor al futuro. Los gobernantes, por su parte, sin argumentos válidos para justificar sus desmanes, frivolidad y dispendio en el manejo de la cosa pública ni el elemental coraje para autocriticarse y expresar, por lo menos, propósito de enmienda, ensayan defenderse difundiendo frases de escaso contenido político pero mágicos efectos psicológicos: “El Perú es superior a sus problemas”, dicen.
Lo concreto es, sin embargo, que las mayores víctimas, de la crítica situación económica y social por la que atraviesa el país son los niños. Subalimentados y enfermizos en alarmante proporción necesitan, para sobrevivir, salir a practicar cierta especie de dolorosa y degradante mendicidad disfrazada de “trabajo informal”: limpian carros o zapatos, venden periódicos, baratijas o golosinasen algunos casos, no sólo para cubrir sus gastos de subsistencia sino también, algunos, para alimentar y vestir a sus propios padres y hermanos menores más pobres aún que los propios niños. Son, pues, hijos padres. Este fenómeno, desconocido en los países altamente industrializados y en los socialistas, y que es excepcional en otras regiones pobres del orbe, resulta ser alarmantemente común en Lima, especialmente después de la crisis de setiembre de 1988.
Según las cifras oficiales, solo en Lima hay más de 500 mil niños en situación de riesgo. Sin embargo, y al mismo tiempo, el país tiene 9 emisoras de televisión a color y más de 127 de radio. Se puede discar directamente para hablar por teléfono con Londres, Moscú o Nueva York. Las tiendas ofrecen a sus clientes, propietarios de los medios de producción o altos funcionarios del Estado, licores, joyas, vestidos y demás enseres importados, de último modelo.
El sueldo mínimo, al que ni siquiera alcanzan millones de desempleados y subempleados equivalía, a fines de enero de 1989, a poco más de 15 dólares USA mensuales, cantidad apenas suficiente para cancelar la mitad del precio de una pieza, por una sola noche, de un hotel de cierta categoría. ¿Qué hacen, cómo hacen para sobrevivir familias de 4 o 6 miembros si el jefe de familia es, por ejemplo, un profesor graduado que, si tiene colocación, gana de 20 a 25dólares mensuales? ¿Cómo paga vivienda, pasajes, alimentos, vestidos, de él y sus hijos? Nadie, en realidad lo sabe. Tampoco lo dice misma población damnificada pues, abrumada y desorientada como está, es con el silencio como llega a asumir, con hermosa dignidad, su pobreza.
No fue siempre así, sin embargo. Lo cierto es que desde la llamada independencia que no fue económica han pasado 168 años. Desde entonces la población peruana no ha vuelto a tener jamás el mismo nivel de bienestar social ni la calidad de vida que en la época prehispánico. En otras palabras: cuando gobernaban el Perú los analfabetos, los salvajes según los cronistas españoles, había un cierto grado de justicia social en el país. Fue necesario que llegara la cultura occidental y cristiana para que pasáramos nosotros del bienestar al hambre, del trabajo pleno a la mendicidad y la inmoralidad peligrosamente generalizados. Si es así, se impone preguntarnos: ¿Deben nuestros centros educativos seguir reproduciendo los conceptos de ciencia, tecnología e ideología que nos viene, precisamente, de los centros imperiales situados en lo que llamamos occidente? ¿Aceptar, sumisamente, sus valores, su concepción del mundo? ¿Debemos, en definitiva, seguir sembrando en nuestros niños los modelos de occidente, mutilando nuestra cultura de origen? En definitiva, ¿continuando ciegamente adheridos a la cultura importada habrá alguna posibilidad de solución a los graves problemas de la infancia y juventud peruana?
Estas preguntas cobran dramática vigencia ahora que existe la intensión, otra vez, de revisar el Código de Menores. A propósito, ¿será el de los niños del Perú un problema legal? (Castillo, 1989, p. 13).
Referencia
Castillo Ríos, C. (19 de febrero de 1989). Del bienestar a la miseria. La República, p. 13.
[Fotografía de Marco Espinoza]. (Lima. 2020). Archivo fotográfico de la Revista La Chispa, extraído de la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional del Perú, Lima, Perú.

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