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lunes, 19 de octubre de 2020

ES PERUANA LA TV ESCRIBE CASTILLO RÍOS C.

 

Las dudas de un educador

¿Es peruana la TV?

Escribe Carlos Castillo Ríos

Reeditado por Marco EspinozaS


 

La televisión tiene en el Perú más de treinta años de existencia pero aún no logra convencer a todos. No se le puede negar, sin embargo, su impacto social ni su expansión acelerada. ¿Es, como algunos piensan, una aceptable televisión a nivel latinoamericano o, como otros sostienen, una fuerza devastadora y desnacionalizante? Este es el debate que proponemos, aventurando algunos criterios iniciales.

La cinematografía, el vals, la palabra escrita y el trigo, fueron traídos del exterior. Pero al ser cultivados y crecer en nuestro suelo terminaron siendo cine, música, literatura y pan peruanos, a tal punto que ahora no sólo forman parte de nuestra riqueza cultural sino además son alimentos espiritual o material de nuestro pueblo. Desde entonces nada importa que nacieran en tierras lejanas porque al crecer y vivir entre nosotros, al integrarse a nuestra vida de todos los días, adquirieron por derecho propio, por eso que se llama comunidad de intereses, la nacionalidad peruana.

No ha pasado lo mismo con la televisión que tras 30 años de residencia en nuestro suelo jamás se adhirió a los valores del Perú ni se puso la camiseta de la patria. Tiene ahora 7 canales, alguno de los cuales funciona día y noche; sus ondas cubren casi todo el territorio patrio y, sin embargo, siendo una televisión del Perú no es peruana.

UN SILENCIO OMINOSO

Por eso jamás ha sido expuesta la filosofía ni la política de acción que orientan los programas de televisión que vemos y oímos. Quienes han tomado posesión de nuestros aires, “los invasores de nuestro espacio” como los llamaría algún adolescente adicto a la televisión, jamás han explicado a los peruanos qué principios les anima ni cuáles son los fines que persiguen. Pero no es su culpa: tampoco el Estado se los ha preguntado. Ellos importaron e instalaron sus costosos equipos, se arreglaron con algunos gobernantes para que les entregue las llaves no sólo de nuestros hogares, sino de nuestras mentes, y aquí están (¡Viva el Perú y sereno!), orientando nuestros gustos, adormeciendo a los niños, creando ilusiones a las amas de casa.

¿Cómo ve a los peruanos la gente que conduce la televisión que encendemos y apagamos cotidianamente? ¿Por qué sus directivos hacen caso omiso a nuestro pasado histórico? ¿Puede ser entendido el Perú a cabalidad por quienes no toman en cuenta la variedad de sus culturas, sus diferentes niveles de desarrollo ni sus abismales contradicciones políticas, económicas y sociales? ¿Los encargados de programar los noticieros, telenovelas, concursos, series, entrevistas, películas y publicidad de la pantalla chica, recuerdan alguna vez las formas injustas cómo el Perú se relaciona con el mundo de hoy, tan absorbente y mercantilista? ¿Cómo llegará a los ojos, al estómago, a la conciencia de los niños que tienen hambre, el desayuno que el Hotel Sheraton ofrece todas las mañanas a los entrevistados de un canal muy sintonizado? ¿Cuándo desfilarán por los estudios de televisión los grupos teatrales, “conjuntos musicales, coros y cuerpos de danza y bailes nacionales? ¿Alguna vez nuestros literatos más insignes harán los libretos o guiones que la televisión utiliza? ¿La pantalla chica nos ofrecerá alguna vez la versión fidedigna de los malabares que hace una madre de pueblo joven para alimentar a sus hijos con los escasos recursos que dispone, en esta época de crisis? ¿Por qué no una locutora negra en un país de “todas las sangres”?, preguntamos.

Nadie, sin embargo, nos dará una respuesta. La televisión –medio de comunicación le llaman- es sorda y muda cuando le conviene. Y es que, en relación a su propia imagen, guarda, siempre, un perfil bajo. Al contrario: pretende no ser protagonista del drama del Perú ni aliada de sus fuerzas conservadoras. Busca situarse, en cambio, en un plano neutral, apolítico y sin historia, al margen de todo lo miserable, contradictorio y dramático de nuestro acontecer. Y desde esa tierra de nadie, la televisión prefiere ver sin observar y propagar sin hacer pensar, cuanto acaece en el Perú y el mundo. Así, poco se le escapa de las manos, es verdad; pero lo que informa y transmite adolece de una calculada y crónica superficialidad: apenas da cuenta de un accidente, suceso o acontecimiento, pasa a otro. Si alguien –artista, científico, político o intelectual- pretende sustentar su punto de vista sobre el tema que domina, es interrumpido, bruscamente (“Usted sabe, cómo es el tiempo en la televisión”), por el entrevistador. Es decir, frente a problemas complejos que tienen antecedentes, origen, motivaciones y consecuencias –y que por lo mismo requieren de análisis profundo y crítico-, la televisión informa sólo lo indispensable, lo estrictamente suficiente para que se conozca ignoren sus causas.

UNA HUESPED ADORABLE

Quienes conducen la programación televisiva del Perú, sabiendo que su importancia, impacto e influencia, son decisivos, especialmente en todo lo concerniente a política e ideología, suelen afirmar que la televisión agota su tarea informando y recreando al público. Todo lo demás, dicen, le es ajena. Y nada menos cierto, ¿Por qué minimizan su verdadera función sabiendo que son lobos, no quieren despojarse de su piel de cordero? Para engañarnos mejor, seguramente, prefieren que se ignore que la televisión es el invento electrónico más grande de este siglo, capaz de cumplir una muy plausible y educadora tarea en el país donde actúa o, al contrario, llenar de burbujas la mente de un pueblo, desnacionalizándolo y frivolizándolo sistemáticamente y a mansalva.

La televisión es nada menos que el vehículo de comunicación, formación o deformación de conciencias, más sofisticado y efectivo de la época. Equipada por la más exigente técnica occidental, para que sea huésped coqueta y casquivana que a todos enamore y convenza, ella es el medio más seguro y atrayente para ingresar a la mente de la gente. En países como el nuestro, adscritos a la sociedad de consumo y cultores del neoliberalismo más inhumano, su aporte sostiene el mercado de consumo, incentiva la productividad y garantiza el funcionamiento pleno de las fábricas.

¡Qué no se haga, pues, la inocente! Ella participa de todo lo bueno y malo que sucede en un país del Tercer Mundo. Puede servir al encuentro de su identidad o a su alienación más humillante.

NATACHA, TRIUNFO DEL AMOR

La televisión del Perú actual presenta con mucho orgullo la telenovela Natacha ¿Cuál es su mensaje?

Todo el melodrama, como en las historias pastoriles de la cursilería medieval, circula entorno al apasionado idilio de una pareja –él rico y ella pobre- que tiene lugar en Lima aún señorial, sin basura por las calles. En la telenovela también aparece Arequipa. Ambas ciudades pertenecen a un país sin crisis. Natacha, misma Cenicienta, rubia y de ojos claros, es una trabajadora del hogar bella, virtuosa y poseedora de una cesta dulzura y una sencillez inocente. Y Raúl es un joven, profesional bien parecido y sostén de la familia. Es abogado y, sin embargo, inteligente, honesto y justo.

El propósito de la telenovela es claro: idealizar la pobreza, otorgándole una connotación poética vacía de toda causalidad y contenido social.

¿Para qué luchar por un cambio social en el Perú? La televisión propone a las muchachas de pueblo joven y campesinas que deben aceptar con resignación y esperanza la miseria: es posible –les dice a través del ejemplo de Natacha-, “que algún abogado joven y hermoso te esté aguardando a la vuelta de cualquier esquina” y, entonces cambie radicalmente tu destino. La vida y sobre todo el amor tienen, en sí mismos, toda su grandeza. No cuentan, para nada, los factores sociales, políticos y económicos”. (Castillo, 1991).

Referencias

Castillo Ríos, C. (28 de abril de 1991). Las dudas de un educador: ¿Es peruana la TV?. La Republica.

[Fotografía de Marco Espinoza]. (Lima. 2020). Archivo fotográfico de la Revista La Chispa, imágenes extraídas de los archivos periodísticos del Diario La República en la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional del Perú. Lima, Perú.

 

lunes, 12 de octubre de 2020

CRISTÓBAL COLÓN Y SUS MENTIRAS



Colón y las mentiras en las escuelas

Escribe Carlos Castillo

Reeditado por Marco EspinozaS


 

Un influyente texto oficial de Historia del Perú describe a Cristóbal Colón como un almirante de “egregia personalidad” y “uno de los personajes más interesantes de la historia mundial”. Se distinguía, agrega, “por su carácter tenaz, por su fe inquebrantable, por su audacia y gran poder de observación. Los que le conocieron le dieron el nombre de ilustre y grande, animoso, esforzado y de altos pensamientos”. Casi nada, un hombre modelo; alguien como todos quisiéramos ser. ¿De dónde extrajo estas referencias, reproducidas después en otros textos?


·         Perros asesinos

No hace alusión el autor al saqueo de viviendas, violación de mujeres y asesinato de nativos realizados por españoles en el valle de Cibao, República Dominicana de hoy, afirmando que esos atropellos contaban con la autorización de la Virgen de las Mercedes. Aquella vez, precisamente, exterminaron al líder indio Caonabo y sus acompañantes. José Ignacio y María López Vigil (1) nos cuentan:

“Hombres pasados a cuchillo, cuerpos decapitados por las espadas, mujeres pisoteadas por los cascos de los caballos, chozas incendiadas y cientos de civiles que huyen al estampido de los cañonazos y caen bajo los impactos de armas desconocidas en el país… Los invasores también han traído perros, perros especializados, entrenados para matar y que están, aunque parezca increíble, despedazando niños y devorando la carne de los agonizantes. El valle de Cibao, tradicionalmente tranquilo, se ha convertido en un verdadero campo de batalla y en un cementerio al aire libre”. La historia no registró cuántos miles de dominicanos murieron en este atentado pero se sabe que fue Cristóbal Colón quien dirigió personalmente el genocidio. Es decir… “¡uno de los personajes más interesantes de la historia mundial!”, según se enseña a nuestros niños en escuelas y colegios.

·         El huevo de Colón

Los López Vigil nos siguen contando otras perlas del almirante: Pacificó “a sangre y fuego, en 9 meses de matanzas, la isla de Quisqueya, hoy República Dominicana. Estableció que cada poblador mayor de 14 años pagara cada 3 meses, como contribución a la Corona, “una onza de oro puro”; y los agricultores, una arroba de algodón. Y para que nadie evadiese el pago de tributos ordenó se atara al cuello de los “naturales”, así se les llamaba, una lámina de hojalata para registrar el cumplimiento de la orden: burlarla significaba perder la vida. Y, por último, cuando retornó de su primer viaje, en mayo de 1493, se presentó en Barcelona flanqueado por 6 indios asustados que vestidos con ropas españolas llevaban pájaros desplumados en la mano y la cabeza. Los demás aborígenes que llevaban como trofeo de guerra habían muerto en el camino.

Ese fue, en realidad, Cristóbal Colón. Además: arribista, falso, oportunista, y de apasionada vocación al oro, la vanidad y la mentira. Ni siquiera se puede confiar en su “Diario” porque no es, precisamente, ejemplo de objetividad ni verdad. Tuvo, sin embargo, que enfrentar muchas luchas: alguna vez dijeron que si no hubiese “descubierto” América habría surgido otro, en su lugar. Colón pidió que alguno colocará un huevo en posición vertical. Cuando todos fracasaron, él lo rompió en uno de sus extremos y logró pararlo. “Una vez que se ha realizado la hazaña, todos saben cómo hacerla. Lo mismo ocurrió con el ‘descubrimiento’ de las Indias”, les dijo. Era, eso sí, astuto.

·         Preguntas

Pero mucho más que las debilidades de Colón y las innegables consecuencias de su expedición, interesa registrar la falta de objetividad de muchos, de casi todos los textos escolares en relación al mal llamado “descubrimiento” de América. ¿Qué esconden tras esa sistemática y organizada cadena de falsedades tan proclives a eludir análisis más objetivos y útiles para conocer nuestra historia? ¿Por qué no explican a los estudiantes que con Colón, vino a nuestro continente, como sostiene Kirkpatric Sale (2), el “espíritu pragmático, acumulador y esencialmente amoral de la cultura europea”? ¿Por qué no decirles que con la avalancha hispana llegó a nuestro territorio una visión depredadora de la naturaleza y un sistema económico, político y social, que encuentra su equilibrio privilegiando el bienestar de unos cuantos a expensas del trabajo de muchos? ¿Cómo hay tiempo, en la vida escolar, para maquillar la imagen del genocida invasor y ni siquiera se hace alusión a los aborígenes, nuestros antecesores, pasados a cuchillo y destrozados por perros entrenados en exterminar indios?

            Y por último, ¿qué efectos tendrá para los niños de las mayorías nacionales darse de bruces con una educación que exalta tan desmesuradamente a los invasores y disminuye hasta el agravio a nuestros hombres, pueblos y culturas?

(1)  José Ignacio y María LOPEZ VIGIL. Noticias de Última 1ra. Editorial Nueva Utopía. Madrid, España. 1990.

(2)  Kirpatric SALE. ¿Descubridores o depredadores? (El País) Madrid, España 7-12, 1991.

Referencias

Castillo Ríos, C. (6 de marzo de 1992). Colón y las mentiras en las escuelas. La Republica, p. 17.

[Fotografía de Marco Espinoza]. (Lima. 2020). Archivo fotográfico de la Revista La Chispa, imágenes extraídas de los archivos periodísticos del Diario La República en la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional del Perú. Lima, Perú.


 

viernes, 9 de octubre de 2020

La televisión y las novelas por Carlos Castillo R.

 

“Carmín”, las provincias y la droga

Escribe Carlos Castillo Ríos

Reeditado por Marco EspinozaS


          Ahora que la televisión ha llegado a casi todas las ciudades y tomando en cuenta los escasos recursos recreativos que hay en provincias, me imagino que gran parte de la población se sentará durante muchas horas al día frente a la pantalla luminosa a espectar, supongo que con indudable satisfacción, los programas de TV, que son lanzados, como bombas de tiempo, a diestra y siniestra.

Me preocupa, a este respecto especialmente la gente joven del interior. ¿Qué les ofrece la llamada televisión peruana a chicos y muchachos que aún están bajo el control de su familia en Huánuco, Cajamarca, Iquitos, Piura o Abancay? Nada o, en todo caso, muy poco. A este hecho se agrega el indudable atractivo de la imagen electrónica. Es, sin lugar a dudas, una droga: entretiene, adormece y hace volar. Tiene, además, la ventaja de poder ingresar a las casas sin ocasionar gastos onerosos y de ser considerada como visitante bienvenida en todos los hogares. Se le dice familiarmente y de cariño “la tele” y nadie se siente culpable de haber caído en sus garras. Al contrario: la adicción está considerada, en el seno de todos los hogares, como si fuese una honesta y nada peligrosa manera de pasar el tiempo. Parecería carecer de efectos negativos. Hasta el pan, si se come en excesiva cantidad, se sabe que atosiga. Sin embargo, nada se dice y muy poco se sabe sobre los daños que ella ocasiona si no se controla, por parte del Estado, su programación y difusión.

La vida de la juventud urbana de provincias transcurre con extraordinaria lentitud. Nada turba la vida de niños, adolescentes y jóvenes. Muy poco de nuevo sucede en el hogar y casi nada nuevo en la escuela. No hay bibliotecas, campos deportivos ni clubes para niños y jóvenes. ¿De qué hablar, entonces? Los libros cuestan mucho. A la gente menuda no le queda otro recurso que regresar a casa donde les espera una retahíla interminable de lacrimosas telenovelas y series importadas no sólo de escaso valor educativo sino de alto poder alienante y deformador. Para ingresar a ese mundo violento, erótico, desnacionalizante y huachafo, se requiere, únicamente, encender el televisor.

Antes, cuando no había televisión, ser joven provinciano era estar en permanente búsqueda de ideales, experiencias y aventuras. La palabra juventud quería decir también libertad, voluntad de cambio y hasta desafío a barreras y concesiones del mundo adulto. En cierta forma era una invitación, para los muchachos de ambos sexos, de encontrarse a sí mismos. Los modelos a seguir había que buscarlos suponía indagación, investigación empírica y curiosidad creadora. No estaban al alcance de la mano, felizmente, los “héroes de la televisión ni los ejemplos generalmente violentos, eróticos, frívolos y mercenarios de las series que, con abrumadora frecuencia, propalan las emisoras de la televisión comercial.

Pensemos, por un momento, sólo en “Carmín”, telenovela nacional, difundida en horario estelar y con profusa propaganda. ¿Qué pensarán los jóvenes de provincias de aquellas jovencitas, generalmente blancas y rubias, permanentemente maquilladas y preocupadas sólo de lucir sus encantos físicos y su vida cómoda pero estéril por no llamarla estúpida? ¿Es así las juventud peruana o, para ser más precisos, la juventud limeña?

¿Cuál es el mensaje de “Carmín”? ¿Qué pretende, qué quiere probar la televisión del Perú, con tal argumento? ¿Cómo se sentirán frente a la vida ociosa de esas niñas la muchacha arequipeña o de Pucallpa que después de llegar del colegio deben ayudar a planchar y lavar a su mamá? No lo entiendo francamente. ¿Pretende aquella telenovela ser reflejo de la vida de los hijos de la burguesía? ¿Todo se reduce en la vida de esos jóvenes a tomar tragos, ir a “cafeteatros”, conversar de simplezas todo el día y hacer agradable, el resto de tiempo o, la permanencia de muchachos argentinos o brasileños que llegan a la capital de vez en cuando? ¿Por qué razones ocultas se insiste en localizar estas historias baratas en Lima, capital de un país en crisis y donde más de 60% de su población sobrevive sin satisfacer siquiera sus necesidades elementales?

¿A quiénes representan los personajes de esta telenovela que se elabora en el país? ¿Qué opinan de ella los padres de familia, los directores y profesores de la educación particular y los mismos adolescentes? Estas y muchas preguntas más se quedarán en el aire. Nadie responde a los adictos de la televisión. Tal es, parece, el defecto principal de los medios audiovisuales de comunicación social en todas partes del mundo: concederse ellos solos la palabra y dejar sin respuesta las inquietudes de quienes somos sus consumidores y víctimas. (Castillo, 1986, p. 23).

Referencias

Castillo Ríos, C. (3 de junio de 1986). “Carmín”, las provincias y la droga. La Republica, p. 23.

[Fotografía de Marco Espinoza]. (Lima. 2020). Archivo fotográfico de la Revista La Chispa, imágenes extraídas de los archivos periodísticos del Diario La República en la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional del Perú. Lima, Perú.