Me preocupa, a este respecto especialmente la gente joven del interior. ¿Qué les ofrece la llamada televisión peruana a chicos y muchachos que aún están bajo el control de su familia en Huánuco, Cajamarca, Iquitos, Piura o Abancay? Nada o, en todo caso, muy poco. A este hecho se agrega el indudable atractivo de la imagen electrónica. Es, sin lugar a dudas, una droga: entretiene, adormece y hace volar. Tiene, además, la ventaja de poder ingresar a las casas sin ocasionar gastos onerosos y de ser considerada como visitante bienvenida en todos los hogares. Se le dice familiarmente y de cariño “la tele” y nadie se siente culpable de haber caído en sus garras. Al contrario: la adicción está considerada, en el seno de todos los hogares, como si fuese una honesta y nada peligrosa manera de pasar el tiempo. Parecería carecer de efectos negativos. Hasta el pan, si se come en excesiva cantidad, se sabe que atosiga. Sin embargo, nada se dice y muy poco se sabe sobre los daños que ella ocasiona si no se controla, por parte del Estado, su programación y difusión.
La vida de la juventud urbana de provincias transcurre con extraordinaria lentitud. Nada turba la vida de niños, adolescentes y jóvenes. Muy poco de nuevo sucede en el hogar y casi nada nuevo en la escuela. No hay bibliotecas, campos deportivos ni clubes para niños y jóvenes. ¿De qué hablar, entonces? Los libros cuestan mucho. A la gente menuda no le queda otro recurso que regresar a casa donde les espera una retahíla interminable de lacrimosas telenovelas y series importadas no sólo de escaso valor educativo sino de alto poder alienante y deformador. Para ingresar a ese mundo violento, erótico, desnacionalizante y huachafo, se requiere, únicamente, encender el televisor.
Antes, cuando no había televisión, ser joven provinciano era estar en permanente búsqueda de ideales, experiencias y aventuras. La palabra juventud quería decir también libertad, voluntad de cambio y hasta desafío a barreras y concesiones del mundo adulto. En cierta forma era una invitación, para los muchachos de ambos sexos, de encontrarse a sí mismos. Los modelos a seguir había que buscarlos suponía indagación, investigación empírica y curiosidad creadora. No estaban al alcance de la mano, felizmente, los “héroes de la televisión ni los ejemplos generalmente violentos, eróticos, frívolos y mercenarios de las series que, con abrumadora frecuencia, propalan las emisoras de la televisión comercial.
Pensemos, por un momento, sólo en “Carmín”, telenovela nacional, difundida en horario estelar y con profusa propaganda. ¿Qué pensarán los jóvenes de provincias de aquellas jovencitas, generalmente blancas y rubias, permanentemente maquilladas y preocupadas sólo de lucir sus encantos físicos y su vida cómoda pero estéril por no llamarla estúpida? ¿Es así las juventud peruana o, para ser más precisos, la juventud limeña?
¿Cuál es el mensaje de “Carmín”? ¿Qué pretende, qué quiere probar la televisión del Perú, con tal argumento? ¿Cómo se sentirán frente a la vida ociosa de esas niñas la muchacha arequipeña o de Pucallpa que después de llegar del colegio deben ayudar a planchar y lavar a su mamá? No lo entiendo francamente. ¿Pretende aquella telenovela ser reflejo de la vida de los hijos de la burguesía? ¿Todo se reduce en la vida de esos jóvenes a tomar tragos, ir a “cafeteatros”, conversar de simplezas todo el día y hacer agradable, el resto de tiempo o, la permanencia de muchachos argentinos o brasileños que llegan a la capital de vez en cuando? ¿Por qué razones ocultas se insiste en localizar estas historias baratas en Lima, capital de un país en crisis y donde más de 60% de su población sobrevive sin satisfacer siquiera sus necesidades elementales?
¿A quiénes representan los personajes de esta telenovela que se elabora en el país? ¿Qué opinan de ella los padres de familia, los directores y profesores de la educación particular y los mismos adolescentes? Estas y muchas preguntas más se quedarán en el aire. Nadie responde a los adictos de la televisión. Tal es, parece, el defecto principal de los medios audiovisuales de comunicación social en todas partes del mundo: concederse ellos solos la palabra y dejar sin respuesta las inquietudes de quienes somos sus consumidores y víctimas. (Castillo, 1986, p. 23).
Referencias
Castillo Ríos, C. (3 de junio de 1986). “Carmín”, las provincias y la droga. La Republica, p. 23.
[Fotografía de Marco Espinoza]. (Lima. 2020). Archivo fotográfico de la Revista La Chispa, imágenes extraídas de los archivos periodísticos del Diario La República en la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional del Perú. Lima, Perú.
No hay comentarios:
Publicar un comentario