El trágico destino de los internados
Escribe Carlos Castillo Ríos
Reeditado por Marco EspinozaS.
La organización, el orden y el institucionalismo, dan a veces consejos perniciosos. ¿Se quiere un buen rendimiento de los futbolistas? ¿Se piensa proteger con mayor eficacia a las candidatas a Miss Universo? ¿Se desea para el hijo desobediente y malcriado una educación más rígida? Siempre, ante tales problemas, surge una pretendida solución: la concentración de las personas. Es decir, el internado con severa vigilancia, la vida programada e igual para todos.
Los futbolistas fueron concentrados en un hotel muy lujoso y lleno de comodidades y, sin embargo, siempre tuvieron el rostro triste. Fue necesario reunirlos para que pueda crearse el espíritu de familia, dijo el director técnico y, al parecer, allá surgieron los grupos, las argollas y peleas. Las candidatas al reinado de belleza también fueron internadas en un hotel confortable y empezaron a marchitarse, a languidecer y enfermarse. Pero los organizadores del certamen creían que esa era la mejor forma de proteger a tanta belleza importada. Siempre se piensa que el aislamiento, la separación, tiene facultades curativas. La justicia, que debería tener mucho sentido común, cree en la prisión como sistema resocializador a pesar que la experiencia prueba que la gente sale de las prisiones peor que cuando entró. No se engaña, sin embargo, la literatura. Sobre las consecuencias perniciosas de los internados a los jóvenes tenemos dos hermosos testimonios: “Los hijos del orden”, de Luis Urteaga Cabrera, que trató sobre Maranga y “La ciudad y los perros” de Mario Vargas Llosa, que se ocupó del Colegio Militar Leoncio Prado.
En protección a la infancia los internados, impropiamente, toman el nombre de institucionalización. “Ese niño necesita ser institucionalizado”, se dice, cuando se pretende tenerlo, cama adentro, en un centro de protección por varios meses o años. Se entiende entonces por institución el “ghetto”, los muros que limitan el espacio, la enorme casa cerrada al exterior y que sirve como único escenario a la vida del ser humano. Y ese termino impropio (porque hay también instituciones abiertas) ha dado lugar a otro horrible neologismo ahora muy usado en América Central y que se denomina “la desinstitucionalización” de los menores.
La guerra a los centros cerrados de protección juvenil en América la inició la Sra. Estrella de Carrasco, esposa del ex Presidente de Costa Rica, quien, para proteger mejor a los menores en situación irregular, empezó a cerrar establecimientos de reeducación y hogares infantiles y los sustituyó por libertad vigilada, adopciones, colocación familiar y casos S.O.S., de inspiración holandesa. De manera que, en muchos países, ya se acabaron los policías de custodia externa, las fugas, las sirenas, los muros y en general, el internamiento.
La teoría que fundamenta la desinstitucionalización es muy simple: el niño, el joven y el hombre nacieron para vivir en sociedad. Es decir, en un mundo complejo y problemático de gente de todas las edades, oficios y características personales. Triunfa el que mejor se adapta al conglomerado social con todos sus peligros y todos sus encantos. El aislamiento, aunque en la comodidad y la abundancia, no es sino expresión que tiene un tufillo carcelario. Después de todo, el ser humano no ha venido a este mundo para vivir “in vitro”.
Quien piensa que parte importante de la política antidelictiva de un país es la construcción de centros penitenciarios, esta equivocado. La historia no registra un solo ejemplo constructivo que provenga de la aglomeración de seres humanos de un solo sexo en un recinto común. En cambio, la experiencia recuerda que el amontonamiento de seres humanos al margen de la sociedad -aun cuando en el interior del recinto haya escuela, talleres, servicio médico, cine y buena alimentación- solo invita al crimen organizado, el individualismo, la perversión sexual y el resentimiento crónico.
En materia de protección a la infancia la posición contraria al encierro es aun más radical. Se dice que el peor hogar es preferible al mejor internado. Por eso están por desaparecer las instituciones cerradas para menores y es probable que, como la pena de muerte, pertenezcan pronto al pasado que no retorna jamás. (Castillo, 1982, p.7)
Referencias.
Castillo Ríos, C. (30 de julio de 1982). El trágico destino de los internados. La República, p.11.
[Fotografía de La República.]. (Lima. 1985). Archivo fotográfico del diario La República, extraído de la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional del Perú. Lima, Perú.