TV. infantil vs. fraternidad
Escribe Carlos Castillo Ríos
Reeditado por Marco EspinozaS.
La gente de la televisión suele afirmar que el colosal instrumento que ellos manejan no es sino “un espejo del mundo”. Serian, pues, inocentes. Todo lo que ellos harían es dar la imagen de algo que existe y nada más. No es así, sin embargo. O, en todo caso, desde el Perú podríamos decir que la programación que nos ofrece la televisión constituye el espejo donde se refleja el mundo industrial y desarrollado que se nos presenta como modelo y al que quieren – y logran – que cada día nos parezcamos más.
La televisión distorsiona nuestra realidad. Ni Lima es Chicago (todavía) ni Arequipa se parece a Las Vegas. Esto quiere decir que los peruanos que aún sobrevivimos a la crisis Ulloa no frecuentamos detectives, balazos, casas de juego, inversiones millonarias y fraudes sin medida. Nuestra vida es más sencilla: apenas si estamos preocupados si, a este paso, el sueldo del próximo año llegará a cubrir nuestras necesidades elementales.
La televisión orientada hacia el mundo infantil es aún peor. Sus programas están elaborados con el único objeto de transmitir publicidad. Por eso cometen errores como éstos:
1. Considera a los niños como seres inferiores, sin vocación, gusto ni personalidad.
2. Les ofrece un mundo como los publicistas adultos creen que es el universo de los niños de hoy. Y sucede que entre los productores de programas y las actuales generaciones infantiles han pasado muchos años. (Tengo la impresión, no comprobada, que los niños de antes éramos más lentos, menos informados y audaces).
3. Trasmite a los niños conceptos ideológicos y formas de pensar y vivir verdaderamente peligrosos. (El tío Johnny se declara como “un apasionado de la sociedad de consumo”. Esta en su derecho, pero es un abuso, en cambio, que trasmita tan perniciosa pasión a niños que no son sus hijos).
4. Crea, en el público infantil, egoísmo, afán de sobresalir, imponerse a los demás y vender su propia imagen. Por muy, comercializada que esté la sociedad de hoy y precisamente por eso hay que sembrar fraternidad, tolerancia y espíritu solidario.
5. Introduce al niño a un mundo de fantasía, falso e ilusorio. De esta manera lo desubica con su realidad, le rompe el equilibrio con su familia, ambiente y ecología, constituyéndose así en agente deseducador que exalta o deprime innecesariamente al menor y le da una falsa orientación ética.
Todo esto sea dicho sin tocar, por ya tratado, el fondo desnacionalizador y antiperuano de dicha programación infantil. Sin embargo, es necesario aclarar: de esa televisión impropia para niños no son culpables Yola Polastry ni el tío Johnny. Ellos, a lo sumo, se imitan a hacer lo que saben. Es el Ministerio de Educación el que permite el acento extranjero y la influencia perniciosa de la televisión. Y son los jerarcas propietarios de canales quienes no se preocupan de ofrecer programas que armonicen con las necesidades educativas de los niños peruanos. (Castillo, 1982, p. 11)
Referencias
Castillo Ríos, C. (17 de marzo de 1982). TV. infantil vs. fraternidad. La República, p. 11.
[Fotografía del Diario La República]. (Lima. 1982). Archivo fotográfico de la “Revista La Chispa”. Imágenes extraídas de la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional del Perú: Lima, Perú.
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