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lunes, 7 de marzo de 2022

VIDA Y ESCUELA DE CARLOS CASTILLO RÍOS

 




Más de uno se preguntan que enseñan en las escuelas a los niños, y nos damos cuenta que lo que se enseña en las aulas son teorías foráneas que provienen de países desarrollados y que en nada se refleja en nuestra realidad social. Con lo dicho, presento a continuación, otro artículo del Maestro y escritor Carlos Castillo Ríos, como parte de nuestra investigación:

Vida y escuela, ¿contradicciones?

Escribe Carlos Castillo Ríos

Reeditado por Marco Espinoza

La mayoría de los estudiantes peruanos vive al interior de dos mundos absolutamente contradictorios: el de la vida diaria y el de la escuela. Es decir, el mundo rutinario, el de su choza y su hambre, y el universo escolar donde se intenta dar forma a su conciencia en base a conceptos abstractos tales como libertad, justicia, democracia y soberanía. Ambos son, al mismo tiempo, sus mundos.

            Transita entonces, esa mayoría, simultáneamente, por senderos distintos que no sólo evitan cruzarse, sino que están sujetos al imperio de leyes diferentes y, en muchos casos, antagónicas: la ley de la realidad, en el primer caso, y de la ilusión escolar, oficialísima, en el otro.

            Tal contradicción podría ser positiva si generase en los alumnos la necesidad de hallar una explicación y en su búsqueda pudiesen caer los estudiantes de bruces en los brazos de la filosofía. Algo se ganaría. Pero, infortunadamente, no sucede así, porque en esa escuela no se enseña a relacionar conceptos, a sintetizar y pensar, ni siquiera a impulsar un poco la reflexión primitiva y primaria con la que nacemos dotados todos los humanos. A la situación escolar le basta difundir informaciones para que ellas sean debidamente memorizadas primero y repetidas después, a la hora de los exámenes promocionales. Por eso esa educación es acusada, injustamente, de teórica e intelectual, cuando es solo acumulativa o bancaria, como le llama Paulo Freyre.

            Y así, inadvertidamente y como si fuese natural, crecen al interior de cada escolar, dos personas distintas en un solo niño verdadero: el tímido muchacho de ojos tristes, pálido e inseguro, aplastado por necesidades insatisfechas, habitante de un hogar que suele ser conflictivo y deficitario y, al mismo tiempo, el romántico soñador, archivador de conocimientos y aprendiz de intelectual, prácticamente de una moral con resabios feudales y que se construye en torno a enseñanzas abstractas, asociales, inmutables y ahistóricas, que se presentan a través de los textos y en la voz del profesor.

            ¿Quién es él, definitivamente? La escuela no le explica el porqué de los bajos salarios de sus padres ni acerca los efectos de la mala alimentación y la explotación humana. Sólo le dice la institución escolar que él como niño personifica al futuro, es el privilegiado de la sociedad, la preocupación permanente de Dios que le ama y todo lo puede y, además, el engreído de los tres poderes del Estado. Si es así, ¿cómo explicarse, entonces, su debilidad, sus encías sangrantes, su tos y su respiración acelerada?

            El trabajo, le dice la escuela, es fuente de riqueza. También le enseña que el suyo es un país democrático, producto-síntesis de un imperio benefactor formado por indios sabios y justos y por blancos hermosos y buenos que nos trajeron, generosamente las enseñanzas de Cristo y los beneficios de la ciencia y la técnica. ¿Cómo conciliar tales enseñanzas con la situación concreta de su padre que trabajando de sol a sol no puede pagar las medicinas que requiere su familia y apenas le alcanza su jornal para una dieta miserable?

            Estos mundos que se contradicen tienen que generar, necesariamente, una doble existencia: cada problema encuentra, de esta manera, una solución práctica, aunque mutilada, producto del primer universo, y, al mismo tiempo, una posibilidad de evasión como resultado del segundo mundo. Es decir: la admisión de un sacrificio, la asimilación de una frustración más y, de otra manera, aunque simultáneamente, el escape. De todos modos sale el niño perdiendo porque sus necesidades apremiantes no son ni remotamente satisfechas y lo irreal, lo fantástico, termina creando, ansiedad y angustia. Pero no hay elección posible sencillamente porque nadie se alimenta con sueños.

             ¿Cómo superar esta contradicción? Es fácil decirlo: cambiando esa realidad que para esa mayoría quiere decir hacinamiento, enfermedad, pan-con-té. Y, al mismo tiempo, sustituyendo de raíz esa educación que desde siempre buscó modelos foráneos, adoptó valores ajenos e institucionalizó apariencias. Y que, para evitar juzgar a los gobiernos, —depende de ellos, después de todo—, prefirió universalizarse que es la mejor manera de dejar de ser nacional.

            Si algo de real tiene esta manera de relacionar la vida de la mayoría de los estudiantes peruanos con la escuela del Perú, es probable que la luz que irradie esa educación no tenga sentido y esté fuera de contexto. A lo mejor enceguece en lugar de alumbrar. O es una nueva forma de provocar apagones en el pueblo. En todo caso parece que, para vidas oprimidas, deprivadas, y casi pulverizadas por carencias que no se satisfacen, no resulta conveniente ni honesto auspiciar un sistema educativo que trate de convencer a los muchachos —aprovechando su minoría de edad— que el nuestro es un sistema justo, igualitario, cristiano y democrático, a nivel del país. (Castillo, 1986, p. 10)

Referencias.

Castillo Ríos, C. (13 de enero de 1986). Vida y escuela, ¿contradicciones? La República, p. 10.

[Fotografía del periódico La República]. (Lima. 1986). Archivo fotográfico de la Revista La Chispa, extraído de la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional del Perú, Lima, Perú.

 

 

 

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