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domingo, 24 de abril de 2022

No más puericultorios, por favor...


 

 

No más puericultorios, por favor…

Escribe Carlos Castillo Ríos

Reeditado por Marco EspinozaS.

El padre José Frisancho, creador y conductor de la “Ciudad de Papel” tiene un corazón muy grande y, además, una exquisita sensibilidad orientada hacia los problemas de los niños y las madres solteras. Por eso y merced a la ayuda que recibe de la comunidad, piensa inaugurar, en junio próximo, el “Hogar Santa María Madre de Dios” para dar vivienda, alimentación y escuela a más de 300 niños de 3 a 7 años de edad, huérfanos de padre. Cumpliría así el primer paso de un viejo anhelo que pretende concluir con un enorme complejo capaz de recibir, de un solo porrazo, nada menos que a mil niños.

No somos nosotros quienes vamos a desalentar a tan entusiasta sacerdote. Tiene él, como nadie, el derecho de trabajar a favor de la infancia abandonada y sin recursos. Lo único que debemos expresar con respeto a los postulados de la protección infantil es: “Por favor, no más puericultorios”. No son sólo innecesarios sino perjudiciales. Los niños no han nacido para vivir en instituciones enormes donde no es posible distinguir a Pedro de Juan, ni a María de Esther. Los niños han venido a este mundo para amar, llorar, trabajar y realizarse individualmente, en un hogar, integrando una familia. Necesitan; para eso, formarse en el interior de la sociedad y en contacto permanente con personas de todas las edades. Para la normal estructuración de su personalidad resultan necesarios, inclusive, los peligros que ofrecen la sociedad y la calle porque es sorteando las dificultades, superando los obstáculos y venciendo los riesgos que genera la ciudad como, precisamente, los niños practican como llevar una vida autónoma y aprender a vivir.

La Edad Media. Vivimos ahora bajo el esplendor de las ciencias humanas y sociales que nos enseñan mucho sobre el mundo infantil. Sabemos ahora que los niños no son un tubo digestivo ni animalitos que necesitan ser criados por centenas en hermosas instituciones, aunque ellas tengan inspiración cristiana y buena intención. Si es cierto que los internados enormes se da alimentación y vestido a cientos de niños necesitados, también es verdad que esas instituciones impiden y bloquean su desarrollo normal. Los niños requieren de atención individual, personalizada. Junto a necesidades genéricas (alimentación, sueño, calor, y juego) tienen otras, muy específicas y particulares, de orden afectivo, intelectual y social.

Cuando están internos, a pesar de los esfuerzos que por evitarlo hacen los directivos de la institución que los alberga, terminan los niños siendo un nombre o un número. Reciben, por altoparlantes, directivas y prevenciones, consejos y advertencias. Están como en un penal organizado por un buen ministro de justicia, sujetos a un reglamento ineludible. La vida diaria transcurre así sujeta a horarios y prácticas inflexibles. Los lunes, en el almuerzo, tallarines y los martes frejoles. Si el pescado de los miércoles origina ronchas a Isabel o a Ernesto, mala suerte. Todos deben levantarse a las 7 a.m., asearse, rezar y luego tomar el desayuno. Los dos o tres panes de ración deben bastar para el inapetente Luis de 4 años y para Guillermo de 13, que está en pleno desarrollo. Luego, 10 minutos de recreo y otra vez, como todos los días, al salón de clase. Y así siempre, invariablemente.

 No hay oportunidad ni tiempo, en los internados, para el trato individual ni la comunicación afectiva. Como los niños viven en grupos, sin ninguna privacidad, están siempre yendo del aula a la capilla y de ella al patio de recreo sujetos, todos, a las mismas rutinarias e impersonales experiencias. Siempre las mismas palabras y los mismos rostros.  Todo el día la misma pesada obligación de ser “buenos niños” que quiere decir no hablar en filas, no reírse en clase, obedecer sin chistar, hablar sólo cuando le interrogan. Así se programen visitas periódicas de la madre o salidas al exterior los sábados y domingos, el resultado sigue siendo negativo. Y es que los niños, como los demás humanos, no han nacido para permanecer por años en una urna de cristal ni para integrar un rebaño uniforme de personas.

Los que somos padres de familia tenemos que hacer malabares para satisfacer las inquietudes y caprichos de apenas 2. No 7 hijos que ya es mucho. Creer que lo mismo pueden hacer funcionarios, tutores o auxiliares de educación, por un sueldo, es una verdadera ilusión. De modo que separar a un niño de su hogar porque es pobre o porque desertó su padre, no es conveniente ni razonable. En protección a la infancia se dice, por eso, que “sirve más el peor hogar que la mejor institución”. Todos conocemos, por otra parte, madres solteras, viudas y divorciadas que, ellas solas, valen por madre y padre juntos. Existen, asimismo, adopciones de niños y colocación familiar para de esa manera suplir muchas con ventaja, ausencias y olvidos de padres irresponsables o inexistentes.

A estas alturas del siglo y conocidos los factores que influyen en la formación del niño, abrir internados masivos constituye —perdone Padre Frisancho— un grave error que sólo se puede permitir una institución anacrónica y vetusta como la Sociedad de Beneficencia Pública de Lima. Para los niños, como para las economías de los países atrasados, “lo pequeño es hermoso” como quería Shumacher.  Las instituciones gigantes devoran devoran a sus propios niños: les permite sobrevivir pero a costa de su evolución intelectual y afectiva, víctimas de un mal que se ha convenido en llamar “hospitalismo” y que es más grave que la pobreza y el abandono mismos. Resulta así el remedio peor que la enfermedad. (Castillo, 1982, p. 9)

Referencias.

Castillo Ríos, C. (26 de mayo de 1982). No más puericultorios, por favor…. La República, p. 11.

[Diseño de Marco Espinoza]. (Lima. 2022). Archivo fotográfico de la Revista La Chispa, imágenes extraídas de los archivos periodísticos del Diario La República en la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional del Perú. Lima, Perú.

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