Del escapero al abogado ladrón
Escribe Carlos Castillo Ríos
Reeditado por Marco EspinozaS.
Con este régimen se agudizó la crisis económica. Y con la crisis se acentuaron robos, atracos y empréstitos del Estado a la banca extranjera. Por una cartera, radio o televisor que se robaba durante el régimen de Morales Bermúdez, ahora se sustraen por lo menos nueve más. Así están las cosas: por cada banco que se atacó durante la dictadura militar ahora, en proporción, son asaltadas por lo menos diez entidades bancarias.
La situación es aún más compleja porque el costo de vida se incrementa en la misma proporción con que se multiplican robos, atracos y pillerías de malos funcionarios del Estado. Hemos llegado a tal estado de confusión que no sabemos a ciencia cierta si el aumento de robos y latrocinios burocráticos inciden en el alto costo de vida o si, al revés, la carestía y el alto precio de las subsistencias son consecuencia directa del aumento de robos y el incremento de la deuda externa.
Pero este cambio, que más parece evolución no sólo es cuantitativo sino también cualitativo. El robo de antes era silvestre, casi pintoresco. Descansaba el delito en la agilidad de las piernas o en la rapidez y destreza de los dedos de los malhechores. El escapero estaba al acecho y de un tirón se apoderaba de nuestro maletín o reloj, y corría. O alguien con la mayor educación te pedía un fósforo para encender un cigarrillo y luego te quedabas con el afectuoso agradecimiento del fumador y sin billetera en el bolsillo. Pero, que conste, recién lo advertías en tu casa.
Después vino el cuento del tío que era una forma de literatura aplicada al delito: que me saqué la lotería y no sé como ni donde cobrarla; que mi abuelo me dejó en herencia este monumento a San Martin, etc. Los que llegamos del interior del país tenemos un largo anecdotario sobre la materia, aunque evitamos contarla en homenaje a nuestro legitimo amor propio.
Pero todo cambia y evoluciona. A la vivacidad de las piernas, las uñas largas y los cuentos tramposos se agregaron, luego, los jefes de abastecimiento y compras de las entidades públicas. Los encargados de abastecer a las prisiones, por ejemplo, salían a comprar las papas, los colchones y los zapatos que necesitaban los presos y extraían la suya cobrando al Estado un 20 o 30 por ciento más del precio del producto. Así se hicieron muchas fortunas.
Ahí debíamos habernos quedado porque, en definitiva, el nuestro es un país subdesarrollado. Pero no fue así. Gracias a los extraordinarios pioneros en el avance de la técnica y la ciencia ingresamos, con enorme suceso, a la era del neopositivismo. Avanzamos mucho es verdad. Pero no sólo con relación a la computación, la alta cirugía y la ingeniería mecánica, sino también a la técnica del robo. Ahora todos los dominios de la naturaleza y de la creación humana sin excluir la política, las finanzas, la educación e, inclusive el robo, se presentan bajo el aspecto de procesos complejos que utilizan inmensas maquinarias debidamente lubricadas con aceites de la más refinada eficiencia.
Los ladrones modernos, pertenecientes a está era cibernética, funcionan con comisiones de trabajo, convenios, decretos leyes y leyes si es el caso. Inventan procedimientos para eludir controles y licitaciones. Compran en el exterior y no en el país. Hacen aprobar documentos por incautos políticos profesionales para eludir, más tarde, responsabilidades penales. Tratan, en definitiva, de montar y desmontar instrumentos legales y técnicos que conceden apariencia de gestión honrada a la más pura maquinación dolosa para fabricar fortunas.
Es el terrorismo de la eficacia. Es la falta de escrúpulos aliada con la técnica y el llamado progreso. Es el cálculo, el sentido práctico y la técnica operatoria del hombre de finanzas en manos del ladrón que aprende Derecho para robar mejor. Es un poco la filosofía y la praxis del “big shot” norteamericano manejadas por el tinterillo ladino del Perú.
Tenemos pues, en nuestro país, ladrones de todo jaez. A los jueces les corresponde analizar cuidadosamente esta mezcla absurda de delincuencias desigualmente peligrosas que trabajan con estilos, técnicas y modalidades diferentes. Hay quienes han sido ministros de Estado y parlamentarios. Hay otros que son, simplemente, gente que tiene que sostener su hogar. A todos debe medir la justicia con la misma vara porque no se puede enviar a Lurigancho al vulgar ratero que hurga en los bolsillos de los transeúntes para luego someterse al poder de quien hace uso malicioso de la ley para despojar al pueblo de sus legitimas pertenencias para luego pretender acallar a la opinión pública en base de querellas que distorsionan y oscurecen situaciones en vez de esclarecerlas.
Estando en un país desigual donde los hombres trabajan y viven en planos sociales y económicos contradictorios y hasta antagónicos, la justicia no puede ajusticiar al ladronzuelo que roba por necesidad para luego arrodillarse frente a los Dillinger criollos que en vez de ametralladora usan los códigos para amedrentar y seguir lucrando a su antojo (Castillo, 1984, p. 11).
Referencias
Castillo Ríos, C. (1 de febrero de 1984). Del escapero al abogado ladrón. La República, p. 11.
[Fotografía del periódico La República]. (Lima. 1984). Archivo fotográfico de la Revista La Chispa, extraído de la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional del Perú, Lima, Perú.
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