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miércoles, 1 de mayo de 2024

EL PRIMERO DE MAYO: FIESTA UNIVERSAL


 

Fiesta universal

Reeditado por Marco EspinozaS.

Escribe: Manuel Gonzales Prada

El 1° de mayo tiende a ser para la humanidad lo que 25 de diciembre para el mundo cristiano: una fecha de alegría, de esperanza, de regeneración.

Los cristianos celebran el nacimiento de un hombre que, sin tenerse por Dios, dice lo suficiente para que le juzguen divino: titulándose hijo de un padre que probablemente no existe, viene a redimirnos de una culpa que seguramente no hemos cometido. Según la historia o la leyenda, ese hombre se hace crucificar por nosotros; pero el sacrificio no sirve mucho, dado que hoy la mayoría de la humanidad se condena por no conocer el Syllabus ni el Catón cristiano. Un redentor que nos hubiera redimido del hambre, dándonos una simple fórmula para transformar los guijarros en pan y el agua en leche, habría hecho más que Jesucristo con todos los sermones y milagrerías del Evangelio.

Los revolucionarios saludan hoy el mañana, el futuro advenimiento de una era en que se realice la liberación de todos los oprimidos y la fraternidad de todas las razas. El creyente y el ateo, el mahometano y el judío, el budista y el bramano, lo mismo que el negro, el amarillo y el blanco, todos, en una palabra, tienen derecho de venir a regocijarse, todos son llamados a cobijarse bajo los pliegues de la bandera roja. Los cristianos guardan un cielo para unos y reservan un infierno para otros; los revolucionarios buscan un paraíso terrestre donde hallen cabida todos, hasta sus implacables enemigos.

El 1° de mayo carecería de importancia y se confundiría con las fechas religiosas y patrióticas, si no significara revolución de todos para emancipar a todos. La revolución de una clase para surgir ella sola y sobreponerse a las otras, no sería más que una parodia de las antiguas convulsiones políticas.

Se ha dicho y diariamente se sigue repitiendo: la emancipación de los obreros tiene que venir de los obreros mismos. Nosotros agregaremos para ensanchar las miras de la revolución social, para humanizarla y universalizarla: la emancipación de la clase obrera debe ser simultánea con la emancipación de las demás clases. No solo el trabajador sufre la iniquidad de las leyes, las vejaciones del poder y la tiranía del capital; todos somos, más o menos, escarnecidos y explotados, todos nos vemos cogidos por el inmenso pulpo del Estado. Excluyendo a la nube de parásitos que nadan en la opulencia y gozan hoy sin sentir la angustia del mañana, la muchedumbre lucha desesperadamente para cubrir la desnudez y matar el hambre.

A todos nos cumple dar nuestro contingente de luz y de fuerza para que el obrero sacuda el yugo del capitalista; pero al obrero le cumple, también, ayudar a los demás oprimidos para que destrocen las cadenas de otros amos y señores.

Los instintos de los hombres no se transforman súbitamente, merced o convulsiones violentas: con la guillotina se suprimen las cabezas de algunos malos; con las leyes y los discursos o con tempestuosos cambios de autoridades, no se improvisan buenos corazones. Hay que sanearse y educarse así mismo, para quedar libre de dos plagas igualmente abominables: la costumbre de obedecer y el deseo de mandar. Con almas de esclavos o de mandones, no se va sino a la esclavitud o a la tiranía.

Por eso creemos que una revolución puramente obrera, en beneficio único de los obreros, produciría los mismos resultados que las sediciones de los pretorianos y los movimientos de los políticos. Triunfante la clase obrera y en posesión de los medios opresores, al punto se convertiría en un mandarinato de burgueses tan opresores y egoístas como los señores feudales y los patrones modernos. Se consumaría una regresión al régimen de castas, con una sola diferencia: la inversión en el orden de los oprimidos.

Braceros y no braceros, todos clamamos por una redención, que no pudo venir con el individualismo enseñado por los economistas ni vendrá con el socialismo multiforme, predicado de modo diferente por cada uno de sus innumerables apósteles. (Pues conviene recordar que, así como no hay religión sino muchas religiones, no existe socialismo sino muchos socialismos.)

Pero, ¿nada se vislumbra fuera de individualistas y socialistas? Lejos del socialismo depresor que, sea cual fuere su forma, es una manera de esclavitud o un remedo de la vida monacal; lejos también del individualismo egoísta que profesa el Dejar hacer, dejar pasar, y el Cada uno para sí, cada uno en su casa, divisamos una cumbre lejana donde leemos esta única palabra: Anarquía. (Gonzales de Prada, 1948, pp. 15-17)

(1905)

Referencias

Gonzáles de Prada, M. (1948). Anarquía. PTCM. Lima, Perú.

[Fotografía de Marco Espinoza]. (Lima. 2024). Archivo fotográfico de la Revista La Chispa. Extraído de la Chispa.com. Lima, Perú.

EL DÍA DEL TRABAJO POR MANUEL GONZÁLES PRADA

Imagen extraída de https://www.facebook.com/LOHUANCANIJAUJA/?locale=es_LA

 

PRIMERO DE MAYO, 1907

Escribe: Manuel Gonzáles Prada

Reeditado por Marco EspinozaS.

Ignorarnos si los trabajadores, no sólo del Perú sino del mundo entero, andan acordes en lo que piensan y hacen hoy. Si conmemoran las rebeliones pasadas y formulan votos por el advenimiento de una transformación radical en todas las esferas de la vida, nada tenemos que decir; pero si únicamente se limitan a celebrar la fiesta del trabajo, figurándose que el desiderátum de las reivindicaciones sociales se condensa en la jornada de ocho horas o en  el  descanso  dominical,  entonces no podemos dejar de sonreírnos ni de compadecer la candorosidad de las huestes proletarias.

¡La fiesta del trabajo! ¿Qué  significa  eso?  ¿Por  qué ha de regocijarse el trabajador que brega para que  otros descansen y produce para que  otros  disfruten  del beneficio? A los dueños de fábricas y de haciendas,  a los monopolizadores del capital y de la tierra, a los que se llaman industriales porque ejercen el arte de enriquecerse con el sudor y la sangre de sus prójimos, a solamente ellos les cumpliría organizar manifestaciones callejeras, empavesar edificios, prender cohetes y pronunciar discursos. Sin embargo el obrero es quien hoy se regocija y se congratula, sin pensar que la irónica fiesta del trabajo se reduce a la fiesta de la esclavitud.

En el comienzo de las sociedades, cuando la guerra estallaba entre dos grupos, el vencedor mataba inexorablemente al vencido; más tarde, le reducía a la esclavitud para tener en él una máquina de trabajo; después cambió    la esclavitud por la servidumbre; últimamente, ha sustituido la servidumbre por el proletariado. Así que esclavitud, servidumbre y proletariado son la misma cosa, modificada por la acción del tiempo. Si en todas las naciones pudiéramos reconstituir el árbol genealógico de los proletarios, veríamos que descienden de esclavos o de siervos, es decir, de vencidos.

Cierto, a la doble labor del músculo y del cerebro se debe la habitabilidad de la Tierra y el confort de la vida: no opongamos el trabajo a las fuerzas enemigas de la Naturaleza, y ya veremos si la Divina Providencia acude a nuestro auxilio. Jesucristo hablaba, pues, como un insensato al decir “que no nos acongojáramos por lo que habíamos de comer o de beber, y miráramos a las aves del cielo, las cuales no siembran ni siegan ni allegan en graneros porque nuestro Padre Celestial las alimenta”.

Pero al diario y exclusivo empleo del músculo se debe también el embrutecimiento de media Humanidad. Los que desde la mañana hasta la noche conducen una yunta o manejan un martillo, no viven la vida intelectual del hombre, y a fuerza de restringir las funciones cerebrales, acaban por convertir sus actos en un simple automatismo de los centros inferiores. Merced a la constante acción depresiva de los dominadores sobre los dominados, hay verdaderos brutos humanos que sólo poseen inteligencia para anudar los hilos de una devanadera o destripar los terrones de un barbecho. Vienen a ser productos de una selección artificial, como el novillo de carnes o el potro de carreras.

Si el recio trabajo del músculo alegra el corazón, aleja los malos pensamientos y fortifica el organismo, si produce tantos bienes como pregonan los moralizadores de oficio, ¿por qué los hijos de los burgueses, en vez de empuñar el libro y dirigirse a las universidades, no uncen la yunta y salen a surcar la tierra? Porque las sociedades tienen una moral y una higiene para los de arriba, al mismo tiempo que otra moral y otra higiene para los de abajo. Existen dos clases de trabajadores: los que en realidad trabajan, y los que aparentemente lo hacen, llamando trabajo el ver sudar y derrengarse al prójimo. Así, el hacendado que   a las ocho de la mañana monta en un hermoso caballo y, por dos o tres horas, recorre los cañaverales donde   el jornalero suda la gota gorda, es hombre de trabajo; así también, el industrial que de vez en cuando deja, el mullido sillón de su escritorio y entra a pegar un vistazo en los talleres donde la mujer y el niño permanecen doce y hasta quince horas, es un hombre de trabajo.

Lo repetimos: hoy sólo deberían regocijarse los explotadores de la fuerza humana; podría hacerlo con alguna razón el que labora una tierra, con la esperanza de cosechar los frutos, o el que hila unas cuantas libras de lana, con la seguridad de fabricarse un vestido; pero, ¿qué regocijo le cabe sentir al pobre diablo que de enero a enero y desde el amanecer hasta el anochecer vive aserrando maderos, aguijando bueyes o barreteando minas? El que mañana será proletario como lo es hoy y lo ha sido ayer, el que no abriga ni siquiera la ilusión de mejorar en su desgraciada existencia, ese tiene derecho de arrojar un grito de rebelión y ver en la pacífica fiesta del trabajo una cruel ironía, una manifestación del esclavo para sancionar la esclavitud (Gonzáles, 2010, pp. 66-68).

Referencias

Gonzáles, P. M. (2010). La anarquía. Recuperado de https://cronicon.net/fica/Anarquia.pdf

Mariátegui, L. J. (2002). 7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana. Ediciones Cultura Peruana: Lima, Perú.