Fiesta
universal
Reeditado por Marco
EspinozaS.
Escribe: Manuel Gonzales Prada
El 1° de mayo tiende a ser
para la humanidad lo que 25 de diciembre para el mundo cristiano: una fecha de
alegría, de esperanza, de regeneración.
Los cristianos celebran el
nacimiento de un hombre que, sin tenerse por Dios, dice lo suficiente para que
le juzguen divino: titulándose hijo de un padre que probablemente no existe,
viene a redimirnos de una culpa que seguramente no hemos cometido. Según la
historia o la leyenda, ese hombre se hace crucificar por nosotros; pero el
sacrificio no sirve mucho, dado que hoy la mayoría de la humanidad se condena
por no conocer el Syllabus ni el Catón cristiano. Un redentor que nos hubiera redimido
del hambre, dándonos una simple fórmula para transformar los guijarros en pan y
el agua en leche, habría hecho más que Jesucristo con todos los sermones y
milagrerías del Evangelio.
Los revolucionarios saludan
hoy el mañana, el futuro advenimiento de una era en que se realice la
liberación de todos los oprimidos y la fraternidad de todas las razas. El
creyente y el ateo, el mahometano y el judío, el budista y el bramano, lo mismo
que el negro, el amarillo y el blanco, todos, en una palabra, tienen derecho de
venir a regocijarse, todos son llamados a cobijarse bajo los pliegues de la
bandera roja. Los cristianos guardan un cielo para unos y reservan un infierno
para otros; los revolucionarios buscan un paraíso terrestre donde hallen cabida
todos, hasta sus implacables enemigos.
El 1° de mayo carecería de
importancia y se confundiría con las fechas religiosas y patrióticas, si no
significara revolución de todos para emancipar a todos. La revolución de una
clase para surgir ella sola y sobreponerse a las otras, no sería más que una
parodia de las antiguas convulsiones políticas.
Se ha dicho y diariamente
se sigue repitiendo: la emancipación de los obreros tiene que venir de
los obreros mismos. Nosotros agregaremos para ensanchar las miras de
la revolución social, para humanizarla y universalizarla: la emancipación de la
clase obrera debe ser simultánea con la emancipación de las demás clases. No
solo el trabajador sufre la iniquidad de las leyes, las vejaciones del poder y
la tiranía del capital; todos somos, más o menos, escarnecidos y explotados,
todos nos vemos cogidos por el inmenso pulpo del Estado. Excluyendo a la nube
de parásitos que nadan en la opulencia y gozan hoy sin sentir la angustia del
mañana, la muchedumbre lucha desesperadamente para cubrir la desnudez y matar
el hambre.
A todos nos cumple dar
nuestro contingente de luz y de fuerza para que el obrero sacuda el yugo del
capitalista; pero al obrero le cumple, también, ayudar a los demás oprimidos
para que destrocen las cadenas de otros amos y señores.
Los instintos de los
hombres no se transforman súbitamente, merced o convulsiones violentas: con la
guillotina se suprimen las cabezas de algunos malos; con las leyes y los
discursos o con tempestuosos cambios de autoridades, no se improvisan buenos
corazones. Hay que sanearse y educarse así mismo, para quedar libre de dos
plagas igualmente abominables: la costumbre de obedecer y el deseo de mandar.
Con almas de esclavos o de mandones, no se va sino a la esclavitud o a la
tiranía.
Por eso creemos que una
revolución puramente obrera, en beneficio único de los obreros, produciría los
mismos resultados que las sediciones de los pretorianos y los movimientos de
los políticos. Triunfante la clase obrera y en posesión de los medios
opresores, al punto se convertiría en un mandarinato de burgueses tan opresores
y egoístas como los señores feudales y los patrones modernos. Se consumaría una
regresión al régimen de castas, con una sola diferencia: la inversión en el
orden de los oprimidos.
Braceros y no braceros,
todos clamamos por una redención, que no pudo venir con el individualismo
enseñado por los economistas ni vendrá con el socialismo multiforme, predicado
de modo diferente por cada uno de sus innumerables apósteles. (Pues
conviene recordar que, así como no hay religión sino muchas religiones, no
existe socialismo sino muchos socialismos.)
Pero, ¿nada se vislumbra
fuera de individualistas y socialistas? Lejos del socialismo depresor que, sea
cual fuere su forma, es una manera de esclavitud o un remedo de la vida
monacal; lejos también del individualismo egoísta que profesa el Dejar
hacer, dejar pasar, y el Cada uno para sí, cada uno en su casa, divisamos una
cumbre lejana donde leemos esta única palabra: Anarquía. (Gonzales de
Prada, 1948, pp. 15-17)
(1905)
Referencias
Gonzáles de Prada, M. (1948). Anarquía. PTCM. Lima,
Perú.
[Fotografía de Marco Espinoza]. (Lima. 2024).
Archivo fotográfico de la Revista La Chispa. Extraído de la Chispa.com. Lima,
Perú.
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