La Literatura y el niño
Escribe: Alfonso La Torre
Reeditado por Marco
EspinozaS.
Carlos Castillo Ríos
batalla desde hace tiempo por los derechos del niño. Su cruzada ha terminado
por sensibilizar al país y su inquietud asume, incluso, nivel internacional. Es
Consultor de la UNESCO, de UNICEF y PNUD en este campo, trabajo que realiza
paralelamente al de Profesor Principal de San Marcos en Educación y Derecho. Su
cruzada por los fueros del niño ha venido desarrollándola sobre todo a través
de artículos en la Página Editorial de
“La República”, complementando la campaña de nuestro diario, que tan
dramáticos resultados ha suscitado.
Hay un aspecto primordial
que, sin embargo, Castillo Ríos ni ha tocado aún con detenimiento en su visión de
la problemática del niño: la relación de la literatura y la infancia. Sobre
esta dimensión importante, para el desarrollo intelectual, cultural, espiritual
y social del niño, Castillo Ríos revela una realidad escalofriante.
¿Cuál
es y debe ser la relación entre el libro y el niño?
—Mira: la buena literatura nunca
ha sido indiferente al mundo de los niños. Tal vez porque la buena literatura
se basa en la realidad, en los conflictos sociales, en la vida misma. Esto lo
comprobé en el Perú, cuando UNICEF
me encargo seleccionar tres países del mundo pobre para estudiar a la infancia.
Elegí un país de Asía, otro de África y otro de América Latina. A mí me tocaba
investigar al Perú, y para hacerlo tuve que reunir todo el caudal de ensayos,
de literatura, de investigaciones sociológicas que sobre el niño se habían
hecho en el Perú.
Castillo Ríos deja su
silla, se pasea nervioso, aplaca su gris cabellera con una mano, y sonríe
dolorosamente:
—Me avergüenzo al decirlo
—confiesa—, pero no encontré estudios psicológicos, ni sociales, ni médicos, ni
jurídicos. Es decir, era como si por los consultorios de psiquiatras y de
médicos, de abogados y de jueces, jamás hubieran pasado los niños.
Castillo Ríos sonríe esta
vez con anchura, y extiende las manos al decir:
—En
cambio, los literatos peruanos, los buenos literatos, habían incursionado con
gran maestría en el complejo mundo de la infancia. César Vallejo, José María
Arguedas, José Diez Canseco, Julio Ramón Ribeyro, Mario Vargas Llosa, Oswaldo
Reynoso, Julián Huanay, Francisco Izquierdo Ríos, hurgaban en el mundo de la
infancia e, inclusive, apuntaban de cierta manera soluciones para su
problemática. Me di cuenta que no es que la literatura imite la realidad, o que
la realidad imite la literatura, sino que la literatura, cuando es cierta,
cuando bebe del hombre y sus problemas, se adelanta a todas las disciplinas
para desentrañar la realidad. Por ejemplo, no encuentro una mejor descripción
del niño burgués que la que nos da Bryce, ni mejor descripción del niño indio
que la de Arguedas. No sé si recuerdas a Congrains, que nos pinta al niño de
barriada tal como es, con sus problemas. Tú mismo, Alat, has incidido en tus
cuentos en el niño que trabaja, algo que yo había encontrado hace muchos años
en la obra literaria de Alvaro Yunque.
HOMBRES
DE 12 AÑOS
Castillo Ríos se mira las
manos:
—Alvaro Yunque hablaba de
los “hombres de 12 años”, con lo cual afirmaba una teoría importantísima ahora
en el mundillo científico, donde comprueba que la pauperización y la
insatisfacción de las necesidades básicas del niño aceleran su evolución,
queman etapas del desarrollo. Por eso, nuestros niños pobres son hombres
maduros, pragmáticos, desilusionados. Son hombres que han perdido su infancia y
su inocencia en la lucha por sobrevivir.
Carlos ríe con alegre
ironía:
Por eso encuentro curioso
que el sociólogo empiece a estudiar lo que el literato intuyó desde hace
siglos. Por eso, como anécdota, te diré que cuando los alumnos universitarios
me preguntan por literatura sobre educación y transgresiones juveniles, sólo
les recomiendo un libro: “Los hijos del
orden”, de Lucho Urteaga Cabrera. Su libro es un texto extraordinario sobre
los muchachos recluidos en Maranga. Ahí están con todas sus frustraciones, sus
pendejadas, sus simulaciones, sus vivencias. Creo que quien quiera ser Juez de
Menores, o simplemente quiera acercarse al espantoso y al mismo tiempo hermoso
mundo de la infancia, debía consultar con Urteaga Cabrera. Creo que entendemos
mejor también al niño pobre recordando al Paco Yunque de Vallejo, tal como
conocemos al niño de la selva recorriendo las páginas de Francisco Izquierdo Ríos.
LITERATURA
“REAL”, CIENCIA ENAJENADA
— ¿Cómo explicas esa anticipación de la literatura
sobre las Ciencias Humanas?
—Pienso que el
literario deja funcionar libremente sus sentidos. Observa, ve, siente. En
cambio, el especialista en Ciencias Humanas está altamente alienado por
principios, dogmas, categorías, clasificaciones y citas. Lo que voy a decir me
hará perder muchos amigos: los especialistas en Ciencias Humanas se han ido a
estudiar, y vuelven diferentes. El cholo A o B que ha salido del barrio,
regresa como doctor, generalmente con ideas deformadas por la especialidad. El
literato no. El literato que se desvincula del pueblo, el que no lleva a cabo
baño de multitudes, se ha fregado. El mismo Vargas Llosa sale de su palacio en
Barranco o Chorrillos para escribir buenas novelas y se tiene que ir a Piura,
al Brasil. El científico, en cambio, se mete en una biblioteca, conversa con
los genios de su especialidad, habla en difícil y generalmente no observa lo
que pasa ante sus narices.
Carlos lanza una carcajada, levanta un índice
acusador:
—Y te puedo
probar lo que digo. Hará menos de 15 días, el Instituto Goethe y la Universidad
Católica invitaron a un psicólogo alemán apellidado Schade, para que discutiéramos con él comparaciones entre el niño
peruano y el niño alemán. Bueno: mientras Schade
describió al niño alemán, uno de nuestros psicólogos explicó lo que piensa el
suizo Piaget sobre los niños. La otra especialista peruana hizo alusión a los
estudios diferenciales de niños blancos y negros en Norteamérica. Y un
prestigioso psicoanalista peruano describió en hermosos términos la doctrina de
Freud. Y, así, los peruanos dejaron
al alemán sin tema que discutir. Ninguno habló del niño peruano. Y el alemán,
con brusquedad germánica, les advirtió que no había escuchado nada sobre el
niño peruano. Y los psicólogos y psiquiatras peruanos le replicaron que no
podían hacerlo porque no había estudios sobre la materia. Y añadieron que la
clientela que atendían en sus consultorios era más bien euronorteamericana… ¡Es
increíble!... ¡Qué vergüenza! Y lo mismo pasa con los sociólogos conductistas
de San Marcos, que están trabajando con conejos y con ratas. Los alumnos,
cansados de trabajar con ratones y pericotes, han pasado al mundo de los niños.
Y se entretienen con niños en edad de lactancia, que es cuando los niños no
sienten aún las presiones de la sociedad en que vivimos.
LITERATURA
CLASICA ALIENANTE
—Hay, además, otra explicación que te propongo: se dice que
en los países subdesarrollados como el Perú los literatos escriben sobre niños
porque trabajan a un nivel primario, autobiográfico, y no maduramente creativo.
Se dice que su fijación con niños y adolescentes corresponde a su incapacidad
para acceder a una problemática realmente adulta.
Carlos se planta sobre sus pies, y apacigua con una
mano su intensa pelambre canosa, mientras sus ojos brillan sombríamente tras
sus anteojos:
-Mira: yo no
encuentro diferencias entre lo creativo y lo real. Creo que no son polos
antagónicos. Estoy diciendo que todo lo que narra Vargas Llosa en “Los Cachorros”, “Los Jefes”, etcétera, no
necesitan ser experiencias que hayan sucedido. La creación, me parece, está en
delinear personajes que viven y palpitan con los estereotipos y las
características, los sinos y las vivencias del común de las gentes. Ese es el
otro encanto de la literatura. Porque no retrata, sino que da aliento, crea
personajes que seguramente no han tenido existencia real, pero que viven en un
ambiente concreto. Rosendo Maqui, de
Ciro Alegría, por ejemplo, es
posible que no haya existido jamás. Pero, en cambio, han existido cientos de
comuneros que quisieron ser como él, que tuvieron algunas de sus
características. El héroe literario, de alguna manera, sin haber vivido,
pertenece al país con más propiedad que los mismos seres de carne y hueso.
—Todo eso
corresponde a los autores. Pero, ¿qué ocurre cuando son los mismos niños que
consumen literatura?
Carlos da vuelta al escritorio, rehúsa un cigarrillo:
—Mira: el
mismo proceso neocolonialista que se hace patente en la dominación económica y
política, se reproduce en la literatura que consumen los niños. Y esto parte de
la llamada “literatura clásica”,
cuyos máximos exponentes son los hermanos Grimm,
Andersen, Perrault, y que, bajo el pretexto de despertar la imaginación infantil,
someten a nuestros niños ideológicamente a patrones culturales y formas de
pensar que subsistieron en la Edad Media, y que la clase dominante trata de
hacer sobrevivir. Me explico: los cuentos infantiles describen personajes al
parecer inofensivos, pero que son en el fondo altamente alienantes. En esos
cuentos desfila un universo de niños y princesas, con criados y palacios, en un
escenario de esplendor y magnificencia que las mentes feudales y
aristocratizantes de hoy añoran. Todo se realiza al margen de la realidad y de
la historia. Para esas dulces relaciones, no cuentan los factores económicos,
sociales ni políticos. Cuando aparece el pueblo, lo hace como una masa
apócrifa, falsificada. Para la clase dominante, esa es la “literatura”, la
única. La nuestra, la que se basa en nuestros mitos, sólo es folklore. Para la
literatura feudal, el trabajo es humillante, los hombres pobres son malos y
feos e hipócritas…
LOS PREDIOS DE
DISNEY
Castillo Ríos
está sacudido por el proceso de su pensamiento. Da otra vuelta al escritorio:
—Bueno —dice—,
a esta literatura de corte medioeval, le sustituye otra, no menos perniciosa,
pero ya con valores pequeño burgueses. Es la subliteratura de Corin Tellado y sus congéneres. Y, con
los medios ya modernizados del capitalismo, juntando palabra, imagen y color
juntos, meten a nuestros pobres niños en los predios de Walt Disney, con su
Pato Donald y compañía. Y, en las creaciones gangsteriles e imaginativas,
proponen siempre al hombre blanco dominante, siempre, tratando de enseñar a
vivir a los mestizos, siempre sensualizados, ambiciosos, revoltosos y cobardes.
Todo esto crea una literatura de consumo de la que el niño es el gran
comprador. De esta manera, se le entrega al niño, en papel finísimo, con
colores y cassettes, formas de vida, maneras de ser y actuar incompatibles con
nuestra identidad nacional. La idea que se inculca a los niños del Perú, de
esta manera, son los arquetipos del hombre blanco, rubio, ambientes técnicos y
espaciales.
Carlos vuelve a reír con amargura:
—Curiosamente,
nuestro Ministro de Educación ha dilapidado millones de dólares en textos
españoles, que seguramente nos hablarán de Lolita y Pepito, como en la época de
la Colonia. Pero que no pueden decir nada a los niños que están creciendo, a
veces sin nombre ni apellido, bajo esteras, con el estómago lleno de parásitos
intestinales, en las últimas aldeas del Perú. Entonces, el niño peruano, por
los libros que se le dan, vive inmerso en ese mundo del Ratón Mickey y de Yola Polastri, del Tío Johnny, tan ajenos a su
mundo de rayuela, de bolero, de hambre cotidiana, y de viveza criolla para
satisfacer esa hambre.
EL POETA SALVA
A LA EDUCACION
—
¿Qué
alternativa hay para toda esta enajenación?
—Así como los
políticos de izquierda han descubierto ¡al fin!, que no hay por qué comprarse
los líos de Rusia y de China, para mirar al Perú con todo sus problemas, parece
que los sociólogos, psicólogos y médicos empiezan a preocuparse de investigar
en nuestra realidad. ¡En buena hora! Se empieza a revalorar el saber popular
frente al saber académico. Los doctores empiezan a sentir el aliento de la
tierra y a respetar el mundo sencillo de los trabajadores. Esto, en mayor
escala, está pasando también en Educación. Curiosamente, es un poeta el que nos
ha escrito el mejor libro pedagógico; diré mejor el poema pedagógico, qué
América esperaba. Se llama Nicolás
Matayoshi. Su libro se titula “Los tesoros de Catalina Huanca”. Cuando
los buscadores de tesoros empiezan a decir que no existen los tesoros de
Catalina Huanca, Matayoshi afirma
que sí, que son la tierra huanca y su gente. Su libro nace con esta dedicatoria: “Este libro está dedicado al niño que mi
pidió un sol, y no pude dárselo”. El libro está ilustrado con diseños de
mates burilados y con dibujos de niños. El libro lo ha escrito el pueblo de
Chongos Alto. Es un libro diseñado por los niños, y recoge mitos, leyendas,
narraciones y vivencias del pueblo.
Castillo Ríos
da un largo suspiro, y sonríe:
—Si cada
región del Perú hiciera lo mismo; es decir, recogiera del pueblo sus vivencias,
su arte, sus inquietudes, sus problemas, descubriríamos de verdad al Perú. Y
todo esto se hace en un texto simple y poético, editado artesanalmente.
Castillo Ríos
hojea amorosamente el libro:
—Observa, Alat,
que esta literatura de la mano a la Pedagogía, para salvarla. Los profesores
estábamos metidos en problemas didácticos vinculados a María Montessori, a John
Dewey y otros teóricos. Hasta que nos dimos cuenta que debíamos aprender a
leer en la comunidad. Que la poesía y la ciencia están en la gente humilde que
ahora despreciamos. Picasso decía que quería pintar como los niños. Y cuando
los niños se les da la oportunidad de alzar la voz, cuando se escucha la
palabra de la mujer humilde de Huayucachi o de Pacca, cuando se mira con los
ojos benévolos nuestra propia realidad, surge una nueva ciencia, un nuevo arte
y una nueva verdad.
Pero, toda exploración popular, ¿Quiénes la harán?
Todos preferimos continuar metidos en torres de marfil…
Claro que es
difícil —concede Castillo Ríos, y se
reanima—. Es difícil para los poetas abandonar el Bar “Wony”, la
“Tiendecita Blanca” y el “Haiti” de Miraflores, para irse a vivir en los
pueblos humildes del país. Sería interesante que Alberto Escobar, que nos enseña “Cómo leer a Vallejo”, escribiera otro libro, “Cómo leer la
realidad”. Pienso que, inclusive a Vallejo, le gustaría más este segundo libro.
Vallejo es el fruto del pueblo. No nos quedamos en él. O, de otra manera,
extraigamos de él de ese fruto, todas las semillas, y hagamos la siembra total.
Te juro, Alat, que la hermosa vida y la enorme obra de Vallejo no deben
terminar en un Simposium organizado por el Instituto Italiano de Cultura.
Vallejo y, en definitiva, el Perú, se merecen otra cosa.
Castillo Ríos
recupera el aliento. Tiene la cara congestionada por la vehemencia:
—Entonces
—dice—, un poeta salva a la Pedagogía. Ojalá que los campesinos y los obreros
salven a su vez a la Psicología, a la Sociología… ¿Te has dado cuenta que no hay un solo tratado de Psicología sobre el
cholo del Perú? (Castillo, 1982, pp. 15-16)
Referencias
Castillo Ríos,
C. (14 de noviembre de 1982). La Literatura y el niño. La República, pp. 15-16
[Fotografía de
Marco Espinoza]. (Lima. 2021). Archivo fotográfico de la Revista La Chispa,
Lima, Perú.