“Se hace
camino al andar” — Reflexión por mis 45 años de vida
Por Marco EspinozaS.
Hoy, 12 de octubre, es una fecha importante
en mi vida: se conmemoran mis 45 años de existencia. Curiosamente, este
año mi cumpleaños cae en domingo, tal como aquel domingo 12 de
octubre de 1980 en el que vi la vida por primera vez.
Según he podido averiguar, esta coincidencia se ha repetido siete veces, y si
la vida me permite llegar a los 90 años, volverá a ocurrir.
Agradezco profundamente a mis padres, ambos
provenientes de la hermosa tierra de Celendín, Cajamarca. Sin ellos, no
estaría hoy escribiendo estas líneas.
Mi madre, una mujer humilde, sencilla y trabajadora, dio todo para que
nunca nos faltara nada.
Mi padre, un hombre también modesto, sencillo y solidario, me enseñó con
su ejemplo el valor del esfuerzo y la honestidad.
Escribo porque siento que si no lo hago hoy, quizá
mañana no tenga la oportunidad de expresarlo. Recuerdo aquellas palabras
del poeta César Vallejo, quien imaginó su muerte “un jueves santo,
cuando las nubes cubran al sol para dar paso a la oscuridad”. Y también viene a
mi mente la frase de Robin Williams en su papel de Dr. Patch Adams:
“¿Por qué temer a la muerte? La muerte no es el enemigo. Nuestro enemigo es la
indiferencia.” Esa indiferencia que nos vuelve fríos, que mata
lentamente —tan igual como la soledad, la envidia y otros males que la
humanidad ha aprendido a imitar.
Hoy no quiero juzgar si he hecho bien o mal las
cosas. Solo puedo decir que me hice camino caminando, que fue el andar
el que me enseñó a caminar.
En ese trayecto, como en todos los caminos, hubo obstáculos, desvíos, caídas
y saltos que me han dejado lecciones valiosas.
Soy un hombre apasionado en algunas cosas y duro
para otras. Lo único que busco es ese camino final, un lugar donde
pueda respirar en paz, escuchar el murmullo del agua —ya sea en un río, una
catarata o el mar— y contemplar el canto de los pájaros, los loros y las
palomas. Sueño con poder admirar el alba y el ocaso del astro rey, y
disfrutar de las lecturas que tanto me apasionan, aquellas que el ruido de la
vida no me ha permitido saborear plenamente, mientras las polillas amenazan con
devorarlas.
Cierro este escrito agradeciendo a la vida,
consciente de que nadie es perfecto y que la vida tampoco lo es. Solo
me queda seguir luchando, aprendiendo y caminando, hasta encontrar ese
final del sendero que el destino ha trazado para este ser humano que aún busca
comprenderse en el viaje de la existencia.
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