El legado de Horacio
Escribe Carlos Castillo Ríos
Reeditado por Marco EspinozaS.
Todavía no existe una educación
peruana propiamente dicha pero sin lugar a dudas ella empieza a señalar sus
primeras características a partir de José Carlos Mariátegui. José Carlos
vincula el proceso educativo a la marcha global de la sociedad y nos hace
entender que una educación no podrá ser democrática si no ocurre antes, en el
país, la democratización de su economía. Distingue la enseñanza de la educación
y solamente a través de sus planteamientos los peruanos empezamos a diferenciar
con claridad el aprendizaje, la didáctica y la organización escolar de algo más
complejo y universal que es el proceso de la educación.
Quedan sentadas, pues, con Mariátegui,
las bases de lo que será algún día la educación peruana. Pero se habría
avanzado muy poco en esta nueva perspectiva de no ser por tres grandes
educadores que le siguieron: Germán Caro Ríos, Augusto Salazar Bondy y Horacio
Zevallos.
Germán Caro Ríos, un educador que
pasara casi desconocido en el país aunque gozaba del respeto y la admiración de
los pocos maestros que lo conocieron, recoge el legado del Amauta y lo empieza
a desarrollar. Se adelanta a su tiempo y da a sus ideas pedagógicas un claro
contenido social. Insiste mucho en la necesidad de acentuar la practica social para
compensar el desarrollo de una teoría pedagógica que abundaba en su tiempo con
claras expresiones retoricas. Caro Ríos sienta algunos principios rectores que
se pueden inscribir dentro de una escuela nueva pero también revolucionaria. Es
el educador de aula que no acepta una escuela teórica, e idealista, adherida a
los valores de la clase dominante.
Augusto Salazar Bondy es el único
filósofo peruano que acepta el reto que significa diseñar una escuela reformada
de corte nacionalista y por consiguiente independizada del poder internacional.
En su discurso pedagógico apuesta por el desarrollo del juicio crítico, en
análisis de la realidad nacional y la reorganización de los medios (televisión,
radio, periódico, etc.) para orientar la formación del nuevo hombre. Su muerte,
sospechosa y prematura, corta el desarrollo de sus ideas precisamente cuando estaba
hurgando realidades y analizando las mejores verdades educativas de la
heterogénea y desigual realidad peruana.
Pero, hasta la muerte de Salazar y
algunos años después, no se había empezado a construir el puente que iba a
enlazar la educación con la política. La educación era un ejercicio académico
que se defendía en libros, artículos y conferencias, pero que no se expresaba
en la lucha multitudinaria para reivindicar sus conquistas y hacer realidad sus
derechos. Y este es el enorme aporte de Horacio Zevallos al desarrollo de la
educación peruana. Antes de su aparición política se tenía la impresión que los
problemas de la educación peruana tenían que dilucidarse solo en la polémica de
iluminados profesores de las universidades o en el contexto de sus clases
magistrales. La educación, antes de Zevallos, no había tomado las calles ni se
había hecho sindicato y por consiguiente no había ingresado con vigor a la
conciencia de los maestros del Perú. Parecía entonces que nada tuviera que
hacer el educador peruano con la lucha del hombre del pueblo por liberarse de
la explotación, la miseria y el dominio ideológico.
Esa es, sin lugar a dudas, la enorme
importancia del maestro que acabamos de despedir. Surgido de las aulas
provincianas que es donde se gestan las más auténticas rebeldías, animado de un
espíritu con clara vocación revolucionaria, Horacio entiende, que lo mejor que
se puede hacer por la educación peruana es extraerla de los libros y las
discusiones de orden pedagógico para llevarla a la calle que es donde se ganan
las mejores batallas. Su mensaje, desde este punto de vista, es claro y
rotundo: para que sea revolucionaria la educación en el Perú hay que crear
conciencia en el educador peruano de su condición de explotado. Hay que
organizar el magisterio. Es decir, la lucha por la educación que el país
necesita pasa por la organización de los educadores que, unidos como un solo
hombre, pueden derrotar a las fuerzas represivas que entre otras cosas quieren
sostener una educación que prepare a los alumnos para ser los obreros y
técnicos obsecuentes y serviles que la industria capitalista requiere.
Así lo entendieron las fuerzas de la
reacción y por eso le concedieron lo que ellas reservan para los auténticos
luchadores sociales: incomunicación, diatribas, presiones y torturas. Por ellas
murió. La derecha peruana sabe exactamente que sembradas las ideas gremiales de
José Carlos Mariátegui el peligro se traslada a quienes se expresan en mítines,
comunicados de protesta, marchas y huelgas. A ello no le interesan tanto ahora
quienes sólo saben utilizar la máquina de escribir o la conferencia académica
como quienes organizan manifestaciones de fuerza. Por eso lo persiguieron
tanto. Y por eso resulta raro y hasta ridículo que entierren con honores de
ministro precisamente a quien los ministros no quisieron recibir ni siquiera
para establecer el dialogo entre opresores y oprimidos.
Quienes creen, por eso, que Horacio
Zeballos ha muerto, le dieron sepultura en grande. Hasta expresaron sentir su
muerte física. Lo que se olvidan, lo que no saben, es que Horacio vivirá en
cada educador del mundo que tome las calles para pedir, para exigir y si es
posible para morir por una humanidad mejor tratada. Una humanidad con derecho a
remuneración digna que en cristiano quiere decir hombres y mujeres que viven
con agua potable, alcantarillado, trabajo honesto, salud y educación.
(Castillo, 1984, p. 11)
Referencias.
Castillo Ríos, C. (13 de marzo de 1984). El legado de
Horacio. La República, p. 11.
[Fotografía de Marco Espinoza]. (Lima.
2019). Archivo fotográfico de la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional del Perú,
Lima, Perú.
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