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martes, 19 de febrero de 2019

EL LEGADO DE HORACIO ESCRITO POR CARLOS CASTILLO RÍOS


El legado de Horacio
Escribe Carlos Castillo Ríos
Reeditado por Marco EspinozaS.
 

Todavía no existe una educación peruana propiamente dicha pero sin lugar a dudas ella empieza a señalar sus primeras características a partir de José Carlos Mariátegui. José Carlos vincula el proceso educativo a la marcha global de la sociedad y nos hace entender que una educación no podrá ser democrática si no ocurre antes, en el país, la democratización de su economía. Distingue la enseñanza de la educación y solamente a través de sus planteamientos los peruanos empezamos a diferenciar con claridad el aprendizaje, la didáctica y la organización escolar de algo más complejo y universal que es el proceso de la educación.
Quedan sentadas, pues, con Mariátegui, las bases de lo que será algún día la educación peruana. Pero se habría avanzado muy poco en esta nueva perspectiva de no ser por tres grandes educadores que le siguieron: Germán Caro Ríos, Augusto Salazar Bondy y Horacio Zevallos.
Germán Caro Ríos, un educador que pasara casi desconocido en el país aunque gozaba del respeto y la admiración de los pocos maestros que lo conocieron, recoge el legado del Amauta y lo empieza a desarrollar. Se adelanta a su tiempo y da a sus ideas pedagógicas un claro contenido social. Insiste mucho en la necesidad de acentuar la practica social para compensar el desarrollo de una teoría pedagógica que abundaba en su tiempo con claras expresiones retoricas. Caro Ríos sienta algunos principios rectores que se pueden inscribir dentro de una escuela nueva pero también revolucionaria. Es el educador de aula que no acepta una escuela teórica, e idealista, adherida a los valores de la clase dominante.
Augusto Salazar Bondy es el único filósofo peruano que acepta el reto que significa diseñar una escuela reformada de corte nacionalista y por consiguiente independizada del poder internacional. En su discurso pedagógico apuesta por el desarrollo del juicio crítico, en análisis de la realidad nacional y la reorganización de los medios (televisión, radio, periódico, etc.) para orientar la formación del nuevo hombre. Su muerte, sospechosa y prematura, corta el desarrollo de sus ideas precisamente cuando estaba hurgando realidades y analizando las mejores verdades educativas de la heterogénea y desigual realidad peruana.
Pero, hasta la muerte de Salazar y algunos años después, no se había empezado a construir el puente que iba a enlazar la educación con la política. La educación era un ejercicio académico que se defendía en libros, artículos y conferencias, pero que no se expresaba en la lucha multitudinaria para reivindicar sus conquistas y hacer realidad sus derechos. Y este es el enorme aporte de Horacio Zevallos al desarrollo de la educación peruana. Antes de su aparición política se tenía la impresión que los problemas de la educación peruana tenían que dilucidarse solo en la polémica de iluminados profesores de las universidades o en el contexto de sus clases magistrales. La educación, antes de Zevallos, no había tomado las calles ni se había hecho sindicato y por consiguiente no había ingresado con vigor a la conciencia de los maestros del Perú. Parecía entonces que nada tuviera que hacer el educador peruano con la lucha del hombre del pueblo por liberarse de la explotación, la miseria y el dominio ideológico.
 Esa es, sin lugar a dudas, la enorme importancia del maestro que acabamos de despedir. Surgido de las aulas provincianas que es donde se gestan las más auténticas rebeldías, animado de un espíritu con clara vocación revolucionaria, Horacio entiende, que lo mejor que se puede hacer por la educación peruana es extraerla de los libros y las discusiones de orden pedagógico para llevarla a la calle que es donde se ganan las mejores batallas. Su mensaje, desde este punto de vista, es claro y rotundo: para que sea revolucionaria la educación en el Perú hay que crear conciencia en el educador peruano de su condición de explotado. Hay que organizar el magisterio. Es decir, la lucha por la educación que el país necesita pasa por la organización de los educadores que, unidos como un solo hombre, pueden derrotar a las fuerzas represivas que entre otras cosas quieren sostener una educación que prepare a los alumnos para ser los obreros y técnicos obsecuentes y serviles que la industria capitalista requiere.
Así lo entendieron las fuerzas de la reacción y por eso le concedieron lo que ellas reservan para los auténticos luchadores sociales: incomunicación, diatribas, presiones y torturas. Por ellas murió. La derecha peruana sabe exactamente que sembradas las ideas gremiales de José Carlos Mariátegui el peligro se traslada a quienes se expresan en mítines, comunicados de protesta, marchas y huelgas. A ello no le interesan tanto ahora quienes sólo saben utilizar la máquina de escribir o la conferencia académica como quienes organizan manifestaciones de fuerza. Por eso lo persiguieron tanto. Y por eso resulta raro y hasta ridículo que entierren con honores de ministro precisamente a quien los ministros no quisieron recibir ni siquiera para establecer el dialogo entre opresores y oprimidos.
Quienes creen, por eso, que Horacio Zeballos ha muerto, le dieron sepultura en grande. Hasta expresaron sentir su muerte física. Lo que se olvidan, lo que no saben, es que Horacio vivirá en cada educador del mundo que tome las calles para pedir, para exigir y si es posible para morir por una humanidad mejor tratada. Una humanidad con derecho a remuneración digna que en cristiano quiere decir hombres y mujeres que viven con agua potable, alcantarillado, trabajo honesto, salud y educación. (Castillo, 1984, p. 11)
Referencias.
Castillo Ríos, C. (13 de marzo de 1984). El legado de Horacio. La República, p. 11.
[Fotografía de Marco Espinoza]. (Lima. 2019). Archivo fotográfico de la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional del Perú, Lima, Perú.

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