El mes de agosto es el mes del
escritor peruano Julio Ramón Ribeyro
Zuñiga, en el cual se han conmemorado 90 años de su natalicio, perteneció a
la generación del 50, aproximadamente en el año 1974 hasta el 2010 aparece “La palabra del mudo”, el cual es una compilación
de sus cuentos completos. Antes de su partida el 4 de diciembre de 1994, llega
a recibir el premio de Literatura Juan Ruffo. En conmemoración de sus 90 años
de nacimiento y 25 años de su partida, deseo rescatar el siguiente texto:
PROSAS APÁTRIDAS
Por Julio Ramón Ribeyro
Extraído de la Revista: El Cabezón, realizada por los
alumnos del Colegio Los reyes Rojos.
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El advenimiento de un niño a un hogar es como la irrupción
de los bárbaros en el viejo imperio romano. Mi hijo ha destrozado en veinte meses
de vida todos los signos exteriores y ostentatorios de nuestra cultura
doméstica; la estatuilla de porcelana que heredé de mi padre, reproducciones de
esculturas famosas, ceniceros raros hurtados con tanta astucia en restaurantes,
copas de cristal encargadas a Polonia, libros con grabados preciosos, el
tocadiscos portátil, etc. El niño se siente frente a esos objetos, cuya
utilidad desconoce, como el bárbaro frente a los productos enigmáticos de una
civilización que no es la suya. Y como a pesar de su ignorancia y su sinrazón,
él representa la fuerza, la supervivencia, es decir, el porvenir, los destruye.
Destruye los signos de una cultura que para él caduca porque sabe que podrá
reemplazarlos, desde que él encarna, potencialmente, una nueva cultura.
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El mundo no está hecho para los niños. Por ello su
contacto con él es siempre doloroso, muchas veces catastrófico. Si coge un
cuchillo se corta, si sube a una silla se cae, si sale a la calle lo arrolla un
automóvil. Es curioso que en tantos miles de años de civilización no se haya
hecho nada para aliviar o solucionar este conflicto. Se han inventado los
juguetes, es cierto, que un mundo miniaturizado, al uso y medida de los niños. Pero
éstos se aburren de sus juguetes y, por imitación, quieren constantemente
disponer de las cosas de los adultos. Con qué decisión y espontaneidad se precipitan
hacia su adultez, qué obstinación la suya en mimar a su mayores. Y a costa del
dolor, aprenden. Su condición para progresar es justamente estar en contacto permanente
con el mundo adulto, con lo grande, lo pesado, lo desconocido, lo hiriente. Sería
lo ideal, claro, que vivieran en un mundo aparte, acolchado, sin cuchillos que
cortan ni puertas que chancan los dedos, entre niños. Pero entonces no evolucionarían.
Los niños no aprenden nada de los niños.
Referencia
Ribeyro J. (1983). Prosas Apátridas. El
Cabezón. Revista del taller de periodismo del colegio Los Reyes Rojos. Volumen
(10), p. 17
[Fotografía de Jorge Deustua]. (París.
1981). Archivo fotográfico de la Revista La Chispa, extraído de la Hemeroteca
de la Biblioteca Nacional del Perú.
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