El siguiente escrito corresponde al catedrático sanmarquino, abogado y periodista “Carlos Castillo Ríos”, prólogo a la quinta edición (setiembre de 1988), al libro: La educación en China, una pedagogía revolucionaria.

A la espera de sus preguntas, les comparto
el prólogo completo, el siguiente material se encuentra en la Biblioteca
Nacional del Perú:
LA EDUCACIÓN EN CHINA
Una Pedagogía Revolucionaria
PRÓLOGO
A LA QUINTA EDICIÓN
Escrito por Carlos Castillo Ríos
Recopilado por Marco Espinoza
En el Perú se piensa que los niños que
nacen de pies van a tener suerte durante toda su existencia. Si los libros son
hijos de su autor, se debe admitir que éste nació parado y por eso seguramente
llegó al mundo con buena estrella. De ahí que, cosa poco común, debe ser una de
las pocas publicaciones peruanas que vuelve a circular a pedido de sus
potenciales lectores después de 4 ediciones en Lima, muchas más en el exterior
y más de 5 años de ausencia en librerías. Pero no sólo eso: sale a luz
nuevamente cuando en China Popular ya no existe el sistema que describe. De
manera, pues, que el texto sobrevive a la realidad. Algo así como lo que ayer
fuera crónica se constituye ahora en historia.
Sobre su gestación y desarrollo vale
la pena hacer un poco de memoria: resulta que “LA EDUCACIÓN EN CHINA” (Una
pedagogía revolucionaria) no fue criatura planificada con mucha anterioridad)
no fue criatura planificada con mucha anterioridad aunque tampoco nació de un
descuido. Su autor había sido uno de los integrantes de la Comisión de Reforma
de la Educación del Gobierno que presidió el general Juan Velasco Alvarado y en
las largas y extraordinarias sesiones de trabajo de aquel grupo de trabajo
había escuchado hablar en términos que tenían, para él y su amplia y general
ignorancia, escasa significación. Se aludía por ejemplo a “reforma educativa” y
a “revolución en la educación”. Y también a “reforma que hacen, justamente para
evitar revoluciones”. Aquel educador no entendía mucho de esto porque en su
vida, ciertamente, había descuidado su formación política para consagrarse, con
singular empeño y dudoso éxito, al estudio de Educación primero y de Derecho
después, sin saber que eran dos maneras insuperables de perder el tiempo, pues
nadie enseña a enseñar y la justicia que se vende, que tiene un precio y un
valor de cambio, no es justicia. De manera que, para sobrevivir, sólo te quedó
trabajar –de manera idealista y tecnócrata- a favor de los niños. Antes, mucho
antes, había necesitado dar malas clases en colegios y universidades y
escribir, eventualmente, peores crónicas en periódicos no siempre
recomendables. Pero muy poco más.
Era común ser aprista en aquella
época, -se trataba de la dictadura de Odría-, pero esta epidemia juvenil fue
superada temporalmente por el autor a tal punto que puede afirmar, con cierta
dosis de orgullo y vergüenza al mismo tiempo, no haber tenido prácticamente
contacto serio y cercano con ningún partido político: pequeñas y pintorescas
prisiones y persecuciones se debieron más a rebeldías estudiantiles adversas al
sistema y protestas justificadas por atentados contra los derechos humanos, que
a militancia formal en alguna organización partidaria.
Por otra parte debe decirse que aceptó formar
parte de la Comisión de Reforma de la Educación justamente para dar vida a lo
que después sería Educación Inicial, nivel que sí le interesaba promocionar. Es
decir la atención educativa al niño desde que estaba en el claustro materno, y
más o menos hasta los 6 años.
Antes de esta experiencia no podía
intuir, a priori, que en el interior de aquel horrible ministerio que queda en
el Parque Universitario se daría de bruces con un mundo contradictorio y
convulsionado: a veces hipócrita, siempre nervioso e inestable. Pero, al mismo
tiempo, contradictorio, pues pese a su reformismo autoritario ostentaba también
ejemplos constructivos dados por gente superior como Augusto Salazar Bondy, uno
de los más grandes educadores peruanos, precozmente desaparecido, y por Walter
Peñaloza que ahora debe andar por algún lugar del mundo derramando su sabiduría
y bondad.
Aprobado el INFORME GENERAL DE LA
REFORMA DE LA EDUCACIÓN (el llamado Libro Azul), es decir asegurados para el
sistema educativo formal los niveles de Educación Inicial y Educación Especial,
que tanto interesaban al autor nada quedaba en común entre él y los gobernantes
de turno. Tuvo pues el privilegio de ser el único miembro de la Comisión que
renunció por tener discrepancias muy puntuales con quienes estaban, por la
razón de la fuerza, en el poder.
Después trabajó en Chile, en Valdivia
y Osorno, proponiendo programas de acción a favor de los niños de la Región de
los Lagos, cumpliendo un encargo de UNICEF. Era el Chile digno y limpio de
Salvador Allende. Más tarde, en México, el autor anduvo por el Rancho Tetela,
en Cuernavaca, donde Valentina Borremans e Iván Illich sembraban ideas
desescolarizantes ciertamente radicales. Y después, siempre tras la huella de
estudios e investigaciones relacionados a los problemas de la infancia, volvió a
París y, en general a Europa Occidental.
Fue en Berlín donde Carlos Torre,
amigo del Embajador de China Popular en la Republica Democrática de Alemania,
arregló todo lo necesario para un viaje a China Popular justamente para evaluar
su sistema educativo. El país más poblado de la tierra y seguramente el más
inquietante y atractivo de la época, estaba, a la sazón, en trance de terminar
su extraordinario y no siempre bien analizada Revolución Cultural Proletaria.
Transcurría 1970. China Popular no tenía
aun relaciones diplomáticas con el Perú y, por este detalle, que concedía a la invitación
cierto aire de clandestinidad, el viaje resultaba más atractivo. Y así el autor
de este libro que no había estudiado en profundidad a Marx pero que creía y tenía
fe en el socialismo científico, (por algo había asistido a los Congresos de
Juventudes que se realizaron en Varsovia y Moscú), ingresó, por la puerta
grande, al país más poblado de la tierra que, bajo el comando del viejo Mao,
estaba culminando una de las revoluciones más colosales que registra la
historia.
Parecía, a simple vista, que para
alguien que había ejercido el periodismo, la docencia participado en la elaboración
de una Ley de Reforma de la Educación no le sería muy difícil evaluar el
sistema educativo formal de China Popular, por muy grande y poblada que el país
sea. Y mucho más si contaba con buenos intérpretes, oportunidad de visitar
centros educativos y viajes guiados a través de sus más importantes regiones.
Primero fue Pekín. En esta agitada y
calurosa ciudad cuyas anchas avenidas estaban repletas de millares de
trabajadores que se solían movilizar en bicicletas, el autor hizo, antes de
salir a visitar la Muralla de China que es lo primero que se enseña a los
visitantes, tres pedidos muy concretos: un ejemplar de la Ley de Educación
traducida al castellano; una visita al Ministerio respectivo y, además, una
entrevista con el Ministro de Educación.
Al día siguiente, a las 8 de la
mañana, llegó la increíble respuesta oficial: en China Popular no había Ley
Educativa, tampoco Ministerio ni Ministro de Educación. Fue recién, en ese
instante, que el autor tomó conciencia que no estaba precisamente en el Perú –donde
imperaba el llamado “Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada”- ni en otro país
del hemisferio occidental y que pisaba, realmente, un país donde a la revolución
se le llamaba ciertamente revolución.
Y entonces, tímidamente, preguntó:
-¿Y hay escuelas?
La respuesta fue contundente: claro que
las había. El trabajo a realizar, pues, empezó a tomar forma: era cuestión de
visitar centros educativos, conversar con profesores, alumnos y padres de familia
y, al final, extraer de esas experiencias las conclusiones necesarias que podrían
dar lugar a un informe sobre la educación en China Popular.
Fue así como el autor de este libro empezó
a vivir los tres más apasionados meses de su existencia: Pekín, Nankín, Cantón
y Shanghai fueron las ciudades más importantes que, lápiz en mano, llegó a
recorrer. Los tres meses, incluidos los domingos, fueron de trabajo intenso, y
apasionado, casi febril. Visitó escuelas de todo tipo, fabricas, comunas
rurales y urbanas, hospitales, cunas maternales, centros de recreación y
universidades. Cada mañana, a las 8, ya estaba enrumbándose hacia un servicio
escolar o un centro productivo. La tradicional gentileza de sus anfitriones
hacia posible que durante las noches pudiera espectar funciones de cine,
teatro, ballet o circo. Cada lugar, cada entrevista era, en verdad, asombrosa y
apasionante: se le permitió conversar con las autoridades y –con la ayuda de un
traductor muy hábil- pudo recoger ideas y opiniones así como vivir experiencias
inéditas con campesinos, soldados, obreros, profesores, políticos, artistas y médicos
chinos. Fue aquella una lección inolvidable de lo que puede llegar a ser una revolución
social. Nada, al parecer, se le ocultó y al contrario: en lugar de convencerle,
los funcionarios chinos se preocupaban de trasladarle sus problemas para, de
inmediato, preguntarle así como: “¿Y en su país, qué se haría en casos
similares?”. Difícil pregunta pues en el Perú no estábamos aquella vez, ni
estamos ahora, para servir de ejemplo a nadie. Y, mucho menos, en un país que
estaba en pleno proceso de una revolución cultural única en la historia del
mundo.
En un partido de fútbol entre los
representativos de China Popular y Albania el autor logró ver a Chou En-lai y a
Chen Po-ta. Más tarde, de regreso a Pekín y un día antes de tomar el avión para
Alemania, pudo conversar con Kuo Mo-ho, un sabio chino, entonces
Vice-presidente de la Asamblea Nacional y Presidente de la Asociación Nacional
de Ciencias, fino poeta y dilecto amigo de Mao Tse-tung, quien le dedicó más de
2 horas de su valioso tiempo. Preguntó mucho sobre el Perú pre-hispánico y por la
suerte corrida por los cantoneses a su llegada a este país, durante la
república.
De todo esto han pasado nada menos que
18 años y, desde entonces, mucha agua ha recorrido bajo los puentes, tanto del
Perú como China Popular. El autor regresó a China en 1979 pero, es doloroso
decirlo, encontró otro país, otro ambiente y otro clima político y social. Muerto
Mao Tse-tung había quienes, un tanto socarrones, hablaban de la “Banda de los 4”,
pero enseñaban 5 dedos. El otro inculpado era, con toda seguridad, el Gran
Timonel.
La nueva figura política era, sin duda
alguna, Ten Siao-ping. Los hoteles de la amistad chinos, antes tan llenos de
visitantes revolucionarios de todas partes del mundo, alojaban ahora a una
enorme multitud de huéspedes y turistas norteamericanos y japoneses. China Popular
ya no era, indudablemente, el tierno, dulce y convulsionado país que había
visitado durante 90 apasionantes días. El pueblo, antes tan sonriente,
distendido y amable, que miraba con cariño y curiosidad a sus visitantes, ahora
trataba de desviar su mirada hacia otra parte como si el huésped fuese algo así
como un cómplice, un culpable de algo que no se sabía qué podía ser. El ambiente
no oficial era, más bien, frio. La hospitalidad del gobierno, magnifico anfitrión
antes y ahora, seguía siendo la misma, sin embargo. Al autor se le ofreció en
esta nueva visita la oportunidad de morar en hogares chinos pues había
anunciado su intención de escribir algo sobre la vida común y corriente del
poblador Chino. Le preocupaba, especialmente, de qué manera variaban las
relaciones sociales al interior del grupo familiar en un país, que había adoptado,
en profundidad, el socialismo como sistema de vida. Así que otra vez volvieron
los viajes a través de importantes ciudades y los generosos agasajos del mundo
oficial. Pero, en las nuevas visitas, el autor pudo comprobar que aquellas
colosales realizaciones del sistema educativo de antaño habían desaparecido o
estaban, en todo caso, debilitadas. Las comunas, urbanas y rural, no designaba
más a quienes serían sus futuros estudiantes de medicina o ingeniería. Los aspirantes
a estas y otras profesiones tenían que dar un examen de admisión para poder
ingresar a las universidades. Si antes el visitante era extraordinariamente
recibido por ser considerado obrero o campesino de un país remoto, esta vez
despertaba homenajes de admiración si era presentado, más bien, como académico.
Si en 1970 la conciencia revolucionaria estaba por encima del conocimiento y la
destreza personal; en 1979, en cambio, los honores eran para el sabio, para el
compilador de conocimientos, aun cuando podía tener una débil formación política.
La división social del trabajo se había acentuado habiendo ganado el terreno,
de manera clara y notoria, el trabajador intelectual sobre el manual.
La pobreza de la indumentaria de los
cuadros había desaparecido: ellos eran fácilmente identificados ahora por
llevar zapatos de cuero, un llamativo reloj pulsera en el brazo izquierdo y un pantalón
de impecable raya. Sólo los campesinos y obreros seguían luciendo, con orgullo,
su humilde indumentaria de drill con mocasines de plástico.
No es éste el momento para ensayar
respuestas sobre lo que había sucedido en el país más poblado de la tierra. Muchos
politicólogos han tratado, extensamente, de explicarlo. Al autor sólo le queda
seguir sosteniendo, con alguna añoranza y no poco empecinamiento, sus primeras
impresiones y recuerdos. Y seguir pensando que aquel tiempo pasado, en China
Popular, fue mejor.
A pesar de los 18 largos años
transcurridos y de los cambios que para unos son progreso y para otros
retroceso, el autor accede ahora a la última edición de este libro con una condición:
que no se corrija absolutamente nada. Que hasta los gazapos, imprecisiones y
errores formales del texto original, permanezcan donde están. Fue éste un
trabajo testimonial y así debe quedar: como documento apasionado y nervioso
sobre un enorme y extraordinario país que a lo mejor, en su proceso revolucionario,
cometió excesos y fallas pero que, en cambio, luchó limpia y sinceramente por
dar todo el poder al pueblo. Si en algo se equivocó, mala suerte.
Y que tire la primera piedra quien, en
su vida, no ha cometido errores.
EL AUTOR
Mayo de 1988
Referencia
Castillo, C. (1988). La educación en China: una pedagogía
revolucionaria. Bendezu E.I.R, Ltda. Lima, Perú.
[Fotografía de Marco Espinoza]. (Lima.
2019). Archivo fotográfico de la Revista La Chispa. Imágenes extraídas de la
Hemeroteca de la Biblioteca Nacional del Perú. Lima, PERÚ.
No hay comentarios:
Publicar un comentario