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martes, 17 de diciembre de 2019

LA EDUCACIÓN EN CHINA - PROLOGO




El siguiente escrito corresponde al catedrático sanmarquino, abogado y periodista “Carlos Castillo Ríos”,  prólogo a la quinta edición (setiembre de 1988), al libro: La educación en China, una pedagogía revolucionaria.
Las palabras escritas por el autor en este prólogo, quedan impactadas en mi persona, es por ello que puedo recoger algunos datos que aún no comprendía, como por ejemplo, el de haber asumido la comisión de la Reforma Educativa, la manera como llega a China y que apropósito esto fue gracias a la invitación de un amigo en común con el Embajador de China Popular en la Republica Democrática de Alemania, eran los años 1970 y China Popular no tenía aun relaciones diplomáticas con el Perú, para el autor esto lo hacía más emocionante, pues se trataría de una visita clandestina. La forma como describe la China Popular en su primera visita y a su posterior visita, donde da cuenta del cambio que tuvo este país a la muerte de su líder Mao Tse-tung.
A la espera de sus preguntas, les comparto el prólogo completo, el siguiente material se encuentra en la Biblioteca Nacional del Perú:


LA EDUCACIÓN EN CHINA
Una Pedagogía Revolucionaria
PRÓLOGO A LA QUINTA EDICIÓN
Escrito por Carlos Castillo Ríos
Recopilado por Marco Espinoza


En el Perú se piensa que los niños que nacen de pies van a tener suerte durante toda su existencia. Si los libros son hijos de su autor, se debe admitir que éste nació parado y por eso seguramente llegó al mundo con buena estrella. De ahí que, cosa poco común, debe ser una de las pocas publicaciones peruanas que vuelve a circular a pedido de sus potenciales lectores después de 4 ediciones en Lima, muchas más en el exterior y más de 5 años de ausencia en librerías. Pero no sólo eso: sale a luz nuevamente cuando en China Popular ya no existe el sistema que describe. De manera, pues, que el texto sobrevive a la realidad. Algo así como lo que ayer fuera crónica se constituye ahora en historia.
Sobre su gestación y desarrollo vale la pena hacer un poco de memoria: resulta que “LA EDUCACIÓN EN CHINA” (Una pedagogía revolucionaria) no fue criatura planificada con mucha anterioridad) no fue criatura planificada con mucha anterioridad aunque tampoco nació de un descuido. Su autor había sido uno de los integrantes de la Comisión de Reforma de la Educación del Gobierno que presidió el general Juan Velasco Alvarado y en las largas y extraordinarias sesiones de trabajo de aquel grupo de trabajo había escuchado hablar en términos que tenían, para él y su amplia y general ignorancia, escasa significación. Se aludía por ejemplo a “reforma educativa” y a “revolución en la educación”. Y también a “reforma que hacen, justamente para evitar revoluciones”. Aquel educador no entendía mucho de esto porque en su vida, ciertamente, había descuidado su formación política para consagrarse, con singular empeño y dudoso éxito, al estudio de Educación primero y de Derecho después, sin saber que eran dos maneras insuperables de perder el tiempo, pues nadie enseña a enseñar y la justicia que se vende, que tiene un precio y un valor de cambio, no es justicia. De manera que, para sobrevivir, sólo te quedó trabajar –de manera idealista y tecnócrata- a favor de los niños. Antes, mucho antes, había necesitado dar malas clases en colegios y universidades y escribir, eventualmente, peores crónicas en periódicos no siempre recomendables. Pero muy poco más.
Era común ser aprista en aquella época, -se trataba de la dictadura de Odría-, pero esta epidemia juvenil fue superada temporalmente por el autor a tal punto que puede afirmar, con cierta dosis de orgullo y vergüenza al mismo tiempo, no haber tenido prácticamente contacto serio y cercano con ningún partido político: pequeñas y pintorescas prisiones y persecuciones se debieron más a rebeldías estudiantiles adversas al sistema y protestas justificadas por atentados contra los derechos humanos, que a militancia formal en alguna organización partidaria.
 Por otra parte debe decirse que aceptó formar parte de la Comisión de Reforma de la Educación justamente para dar vida a lo que después sería Educación Inicial, nivel que sí le interesaba promocionar. Es decir la atención educativa al niño desde que estaba en el claustro materno, y más o menos hasta los 6 años.
Antes de esta experiencia no podía intuir, a priori, que en el interior de aquel horrible ministerio que queda en el Parque Universitario se daría de bruces con un mundo contradictorio y convulsionado: a veces hipócrita, siempre nervioso e inestable. Pero, al mismo tiempo, contradictorio, pues pese a su reformismo autoritario ostentaba también ejemplos constructivos dados por gente superior como Augusto Salazar Bondy, uno de los más grandes educadores peruanos, precozmente desaparecido, y por Walter Peñaloza que ahora debe andar por algún lugar del mundo derramando su sabiduría y bondad.
Aprobado el INFORME GENERAL DE LA REFORMA DE LA EDUCACIÓN (el llamado Libro Azul), es decir asegurados para el sistema educativo formal los niveles de Educación Inicial y Educación Especial, que tanto interesaban al autor nada quedaba en común entre él y los gobernantes de turno. Tuvo pues el privilegio de ser el único miembro de la Comisión que renunció por tener discrepancias muy puntuales con quienes estaban, por la razón de la fuerza, en el poder.
Después trabajó en Chile, en Valdivia y Osorno, proponiendo programas de acción a favor de los niños de la Región de los Lagos, cumpliendo un encargo de UNICEF. Era el Chile digno y limpio de Salvador Allende. Más tarde, en México, el autor anduvo por el Rancho Tetela, en Cuernavaca, donde Valentina Borremans e Iván Illich sembraban ideas desescolarizantes ciertamente radicales. Y después, siempre tras la huella de estudios e investigaciones relacionados a los problemas de la infancia, volvió a París y, en general a Europa Occidental.
Fue en Berlín donde Carlos Torre, amigo del Embajador de China Popular en la Republica Democrática de Alemania, arregló todo lo necesario para un viaje a China Popular justamente para evaluar su sistema educativo. El país más poblado de la tierra y seguramente el más inquietante y atractivo de la época, estaba, a la sazón, en trance de terminar su extraordinario y no siempre bien analizada Revolución Cultural Proletaria.
Transcurría 1970. China Popular no tenía aun relaciones diplomáticas con el Perú y, por este detalle, que concedía a la invitación cierto aire de clandestinidad, el viaje resultaba más atractivo. Y así el autor de este libro que no había estudiado en profundidad a Marx pero que creía y tenía fe en el socialismo científico, (por algo había asistido a los Congresos de Juventudes que se realizaron en Varsovia y Moscú), ingresó, por la puerta grande, al país más poblado de la tierra que, bajo el comando del viejo Mao, estaba culminando una de las revoluciones más colosales que registra la historia.
 

Parecía, a simple vista, que para alguien que había ejercido el periodismo, la docencia participado en la elaboración de una Ley de Reforma de la Educación no le sería muy difícil evaluar el sistema educativo formal de China Popular, por muy grande y poblada que el país sea. Y mucho más si contaba con buenos intérpretes, oportunidad de visitar centros educativos y viajes guiados a través de sus más importantes regiones.
Primero fue Pekín. En esta agitada y calurosa ciudad cuyas anchas avenidas estaban repletas de millares de trabajadores que se solían movilizar en bicicletas, el autor hizo, antes de salir a visitar la Muralla de China que es lo primero que se enseña a los visitantes, tres pedidos muy concretos: un ejemplar de la Ley de Educación traducida al castellano; una visita al Ministerio respectivo y, además, una entrevista con el Ministro de Educación.
Al día siguiente, a las 8 de la mañana, llegó la increíble respuesta oficial: en China Popular no había Ley Educativa, tampoco Ministerio ni Ministro de Educación. Fue recién, en ese instante, que el autor tomó conciencia que no estaba precisamente en el Perú –donde imperaba el llamado “Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada”- ni en otro país del hemisferio occidental y que pisaba, realmente, un país donde a la revolución se le llamaba ciertamente revolución.
Y entonces, tímidamente, preguntó:
-¿Y hay escuelas?
La respuesta fue contundente: claro que las había. El trabajo a realizar, pues, empezó a tomar forma: era cuestión de visitar centros educativos, conversar con profesores, alumnos y padres de familia y, al final, extraer de esas experiencias las conclusiones necesarias que podrían dar lugar a un informe sobre la educación en China Popular.
Fue así como el autor de este libro empezó a vivir los tres más apasionados meses de su existencia: Pekín, Nankín, Cantón y Shanghai fueron las ciudades más importantes que, lápiz en mano, llegó a recorrer. Los tres meses, incluidos los domingos, fueron de trabajo intenso, y apasionado, casi febril. Visitó escuelas de todo tipo, fabricas, comunas rurales y urbanas, hospitales, cunas maternales, centros de recreación y universidades. Cada mañana, a las 8, ya estaba enrumbándose hacia un servicio escolar o un centro productivo. La tradicional gentileza de sus anfitriones hacia posible que durante las noches pudiera espectar funciones de cine, teatro, ballet o circo. Cada lugar, cada entrevista era, en verdad, asombrosa y apasionante: se le permitió conversar con las autoridades y –con la ayuda de un traductor muy hábil- pudo recoger ideas y opiniones así como vivir experiencias inéditas con campesinos, soldados, obreros, profesores, políticos, artistas y médicos chinos. Fue aquella una lección inolvidable de lo que puede llegar a ser una revolución social. Nada, al parecer, se le ocultó y al contrario: en lugar de convencerle, los funcionarios chinos se preocupaban de trasladarle sus problemas para, de inmediato, preguntarle así como: “¿Y en su país, qué se haría en casos similares?”. Difícil pregunta pues en el Perú no estábamos aquella vez, ni estamos ahora, para servir de ejemplo a nadie. Y, mucho menos, en un país que estaba en pleno proceso de una revolución cultural única en la historia del mundo.

 
En un partido de fútbol entre los representativos de China Popular y Albania el autor logró ver a Chou En-lai y a Chen Po-ta. Más tarde, de regreso a Pekín y un día antes de tomar el avión para Alemania, pudo conversar con Kuo Mo-ho, un sabio chino, entonces Vice-presidente de la Asamblea Nacional y Presidente de la Asociación Nacional de Ciencias, fino poeta y dilecto amigo de Mao Tse-tung, quien le dedicó más de 2 horas de su valioso tiempo. Preguntó mucho sobre el Perú pre-hispánico y por la suerte corrida por los cantoneses a su llegada a este país, durante la república.
De todo esto han pasado nada menos que 18 años y, desde entonces, mucha agua ha recorrido bajo los puentes, tanto del Perú como China Popular. El autor regresó a China en 1979 pero, es doloroso decirlo, encontró otro país, otro ambiente y otro clima político y social. Muerto Mao Tse-tung había quienes, un tanto socarrones, hablaban de la “Banda de los 4”, pero enseñaban 5 dedos. El otro inculpado era, con toda seguridad, el Gran Timonel.
La nueva figura política era, sin duda alguna, Ten Siao-ping. Los hoteles de la amistad chinos, antes tan llenos de visitantes revolucionarios de todas partes del mundo, alojaban ahora a una enorme multitud de huéspedes y turistas norteamericanos y japoneses. China Popular ya no era, indudablemente, el tierno, dulce y convulsionado país que había visitado durante 90 apasionantes días. El pueblo, antes tan sonriente, distendido y amable, que miraba con cariño y curiosidad a sus visitantes, ahora trataba de desviar su mirada hacia otra parte como si el huésped fuese algo así como un cómplice, un culpable de algo que no se sabía qué podía ser. El ambiente no oficial era, más bien, frio. La hospitalidad del gobierno, magnifico anfitrión antes y ahora, seguía siendo la misma, sin embargo. Al autor se le ofreció en esta nueva visita la oportunidad de morar en hogares chinos pues había anunciado su intención de escribir algo sobre la vida común y corriente del poblador Chino. Le preocupaba, especialmente, de qué manera variaban las relaciones sociales al interior del grupo familiar en un país, que había adoptado, en profundidad, el socialismo como sistema de vida. Así que otra vez volvieron los viajes a través de importantes ciudades y los generosos agasajos del mundo oficial. Pero, en las nuevas visitas, el autor pudo comprobar que aquellas colosales realizaciones del sistema educativo de antaño habían desaparecido o estaban, en todo caso, debilitadas. Las comunas, urbanas y rural, no designaba más a quienes serían sus futuros estudiantes de medicina o ingeniería. Los aspirantes a estas y otras profesiones tenían que dar un examen de admisión para poder ingresar a las universidades. Si antes el visitante era extraordinariamente recibido por ser considerado obrero o campesino de un país remoto, esta vez despertaba homenajes de admiración si era presentado, más bien, como académico. Si en 1970 la conciencia revolucionaria estaba por encima del conocimiento y la destreza personal; en 1979, en cambio, los honores eran para el sabio, para el compilador de conocimientos, aun cuando podía tener una débil formación política. La división social del trabajo se había acentuado habiendo ganado el terreno, de manera clara y notoria, el trabajador intelectual sobre el manual.
 

La pobreza de la indumentaria de los cuadros había desaparecido: ellos eran fácilmente identificados ahora por llevar zapatos de cuero, un llamativo reloj pulsera en el brazo izquierdo y un pantalón de impecable raya. Sólo los campesinos y obreros seguían luciendo, con orgullo, su humilde indumentaria de drill con mocasines de plástico.
No es éste el momento para ensayar respuestas sobre lo que había sucedido en el país más poblado de la tierra. Muchos politicólogos han tratado, extensamente, de explicarlo. Al autor sólo le queda seguir sosteniendo, con alguna añoranza y no poco empecinamiento, sus primeras impresiones y recuerdos. Y seguir pensando que aquel tiempo pasado, en China Popular, fue mejor.
A pesar de los 18 largos años transcurridos y de los cambios que para unos son progreso y para otros retroceso, el autor accede ahora a la última edición de este libro con una condición: que no se corrija absolutamente nada. Que hasta los gazapos, imprecisiones y errores formales del texto original, permanezcan donde están. Fue éste un trabajo testimonial y así debe quedar: como documento apasionado y nervioso sobre un enorme y extraordinario país que a lo mejor, en su proceso revolucionario, cometió excesos y fallas pero que, en cambio, luchó limpia y sinceramente por dar todo el poder al pueblo. Si en algo se equivocó, mala suerte.
Y que tire la primera piedra quien, en su vida, no ha cometido errores.
EL AUTOR
Mayo de 1988

Referencia
Castillo, C. (1988). La educación en China: una pedagogía revolucionaria. Bendezu E.I.R, Ltda. Lima, Perú.
[Fotografía de Marco Espinoza]. (Lima. 2019). Archivo fotográfico de la Revista La Chispa. Imágenes extraídas de la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional del Perú. Lima, PERÚ.






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