En medio de ideas y pensamientos que se vienen a la mente he ingresado a una feria del libro, que por cierto es más comercial que cultural. Andaba buscando un libro que un profesor de periodismo me había recomendado, sin embargo, mi otra pasión, el de Los Niños del Perú me hizo adquirir Crónica de Cartón, ante ello me ha hecho escribir lo siguiente:
NIÑOS DEL PERÚ
Escrito por Nilo Espinoza Haro
Reeditado por Marco EspinozaS.
AYER LEÍ: “En algunas familias aymaras no es raro el infanticidio. A los hijos no deseados, el padre les da a beber una copa de aguardiente para intoxicarlos o los asfixia colocándoles una manta sobre la boca y las fosas nasales. Si por alguna razón el niño o los niños sobreviven a ese tipo de los atentados, se les respeta la vida en nombre de fuerzas sobrenaturales que no han aceptado su muerte”. No estaba en un libro de ficción.
Ayer leí: “Mi padre venia todas las noches borracho. La victima era mi madre quien era pateada porque no le daba dinero para seguir tomando. Yo no tenia fe en nada y me encontraba desorientado. Me escapé de mi casa y decidí robar. Yo tenia once años”. no estaba en un libro de ficción, repito.
Ayer leí: “El cordón umbilical del niño campesino es cortado muchas veces con pedazo de tiesto rojo, fragmento de una olla de arcilla, porque se piensa que el uso de las tijeras trae mala suerte”.
Ayer leí que los niños pertenecientes a las capas medias y altas de nuestra sociedad, eran victimas de sus propios privilegios. Esos niños no son dueños siquiera de sus pensamientos. Sus familias les señalan los amigos con quienes reunirse y a quienes deben rechazar.
Recalco, no es ficción. Todo lo que leí estaba respaldado fríamente por cifras, por testimonios y por la palabra de Carlos Castillo Ríos en su ensayo titulado “Los Niños del Perú -Clases sociales, Ideología y Política”.
“El libro recoge lo que todos vemos diariamente —me dijo, también, ayer, Castillo-. Pretende decir esta es la situación del niño en el Perú. Todo lo que describo está ocurriendo entre nosotros. En esta época de cambios, unámonos para erradicar el sistema político social que afecta a la parte mejor y más delicada de nosotros mismos, de nuestro futuro: los niños”.
Hasta hace poco tiempo, Castillo fue secretario general del Consejo Nacional de Menores, entidad que protegía a la niñez peruana. Estudió en las facultades de Derecho y Educación de Universidad Nacional de San Marcos —en donde ahora es catedrático— y en la Université de París —IV París Sorbonne.
“El problema de la infancia en el Perú es muy complejo —sigue hablando él—. En definitiva, es el problema del pueblo peruano. Por eso sé que no he hecho sino introducirme al tema, despojándome de todo prejuicio y empezando a tratar haciendo uso, a medida de mis posibilidades que son muy modestas, de recursos a la mano: documentos, estadísticas, testimonios, comentarios, etc.”.
Mientras mecánicamente limpia sus anteojos, dice: “En nuestro país los jueces de menores, los curas y las damas de la sociedad no quieren que les digan verdades. Tampoco los directores de los ministerios. Reclaman ellos el “respeto” que imponen las jerarquías, en tiempos en los que se habla de participación, esto debe cambiar”.
Introduce su mano izquierda en uno de los bolsillos de su chaqueta, saca un papel y me pide que lo lea. Lo hago: “Cada criatura, al nacer, nos trae el mensaje de que Dios todavía no pierde la esperanza en los hombres”. A continuación, agrega: “Es una frase de Rabindranath Tagore que la llevo siempre ¿Sabe por qué? Porque creo que es muy cierto aquello de que en cada niño hay una esperanza de un futuro mejor para la humanidad, a pesar de que, en el Perú, el niño es el ser más oprimido de nuestra sociedad. Los niños sufren a la sociedad en su conjunto, a sus padres, a todos sus mayores, a los que nos atribuimos el derecho de comandar sus vidas sin respetar gustos, carácter y particularidades de los niños”.
“En mi libro hago también un análisis —sigue— del niño burgués y la clase opulenta. Esto, sin duda, puede sacar alguna roncha. Es curioso, mientras hay bastante material antropológico sobre barriadas y campesinos no lo hay sobre gente rica aburguesada. Nuestros científicos sociales han respetado a la opulencia. Entonces he tenido que acudir a la literatura y he encontrado brillantes páginas, por ejemplo, en la novela Duque de Pepe Diez Canseco y creo también en Un mundo para Julius de Brice. Pero eso es el comienzo, queda mucho más que decir. Esos niños también son víctimas, porque interesadamente en los colegios donde se educan los están deformando. Y conste que no es sólo influencia del hogar: revísese sus cuadernos, sus ejercicios gramaticales, sus lecciones de historia, grábese algunas clases, estúdiese y analícese la ideología de los que están capturando. En pocas palabras, se les está armando para una batalla donde el enemigo es el pueblo”.
Castillo continua: “Mientras tanto, los niños, hijos de los trabajadores, siguen mal nutriéndose, siguen aferrados a mitos y supersticiones, siguen asimilando tristeza y apatía. Por eso, no es casual que en el Perú cuando se habla de los niños se termine analizando la acción del imperialismo. Estamos en un tiempo en el que no tiene vigencia la hipocresía. Antes a los niños de nuestro país se les ha dado un beso en la frente, se le ha regalado un sol, se les ha tomado fotografías y luego ya tranquila la conciencia, se ha esperado el momento de irse al cielo. Contra esa versión estoy con todas mis fuerzas. Por eso asocio niñez con política, con clases sociales, con lucha del hombre para subsistir. Por eso asocio niñez con nueva sociedad”.
“Particularmente —sigue—, no creo en la existencia de culpables de la situación por la que atraviesan los niños. Todos somos responsables de la misma manera como todos, civiles, militares, religiosos y seglares hombres y mujeres podemos participar en la solución de los problemas infantiles. Pero eso no quiere decir que haya personas mejor ubicadas para participar en forma más directa en el problema. Por ejemplo, los altos funcionarios de planificación, la alta dirección del ministerio de Salud, de Educación, etc., están inmejorablemente situados, para aportar soluciones inmediatas. Y no lo hacen, creo, porque están lejos de la realidad de las clases pauperizadas. Viven demasiado bien. Un poco en broma y un poco en serio le diría que para mí la solución estaría en mandar a mis amigos, por ejemplo, al Padre Ricardo Morales, Presidente del Consejo de Educación, a vivir un mes en Aucayacu, dirigiendo una escuela. Lo que deduciría de este “stage” seria extraordinario: O a Leopoldo Chiappo que se interne 10 días, sin salir, en el reformatorio de Maranga. Y así sucesivamente a Romeo Luna Victoria, Carlos Malpica, Faustor y Luis Alberto Ratto, etc. Lo que quiero decir es que no es suficiente tener emoción social, hay que vivir la realidad del país. De otra manera se corre el riesgo de formar una oligarquía burocrática muy perniciosa para las mayorías”. (Espinoza, 2020, pp. 48-51)
Referencias
Espinoza, N. (2020). Crónica de cartón. Lima, Perú: hipocampo editores.
[Fotografía de Silvia Suárez]. (Lima. 2020). Archivo fotográfico de la Revista La Chispa, extraído del libro Crónica de cartón. Lima, Perú.
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