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Hacia una pedagogía peruana
Escribe Carlos Castillo Ríos
Reeditado por Marco EspinozaS.
Jamás hubo en el Perú una pedagogía peruana. Siempre fuimos profesores obligados a poner en práctica técnicas educativas foráneas que, desde los centros del poder mundial, nos decían qué se debe enseñar a nuestros niños y cómo. La primera pedagogía –memorista y de corte religioso- nos llegó de España con su culto a un maestro, especie de segundo padre, dueño de la verdad y practicante de una retórica clasista que aún perdura en algunas escuelas de religiosos. Era aquella una pedagogía vertical y autoritaria que convertía a la escuela, por el orden y la disciplina, en una mezcla de cuartel y convento para niños.
Deslumbraron después a las autoridades del Ministerio de Educación las pedagogías de los demás países europeos reunidos bajo el apelativo de Escuela Activa: el método de Proyectos de Decroly, el Plan Dalton y los llamados Ejercicios de la vida práctica de María Montessori fueron, seguramente, sus mejores expresiones. Pero también se debe recordar a Cousinet, Kilpatrick y Kerchensteiner. Entre la pedagogía española y la del resto de Europa no hubo tanta diferencia como se cree. Simplemente se pasó del “arroz con leche me quiero casar” al “Mambrú se fue a la guerra”. Por lo demás, la importancia que se daba al maestro se trasladó al niño bajo el nombre de “paidocentrismo”. Los profesores se llenaron de ilusiones tales como “la libre iniciativa del alumno” y “la escuela del trabajo” que un poco sonaban a burla por ser el nuestro un país que todavía no ha recobrado su libertad económica y que, desde hace tiempo, está luchando con mitos, canciones, fiestas, y arte popular por mantener su identidad cultural.
La educación norteamericana, que resultaría la más influyente de todas, se nos fue entregando por partes y cucharadas. Se presentó como Escuela Nueva y con John Dewey a la cabeza nos pretendió enseñar cómo se puede lograr, en las escuelas, el gobierno de los alumnos por los alumnos mismos. Vano intento, sin embargo: mal podrían, en el Perú, participar los alumnos en la conducción de su centro educativo cuando, en la política, nacional, nuestros presidentes no podían gobernar sin antes pedir permiso al Departamento de Estado de los Estados Unidos. Y es que una es la democracia en el centro imperial en el mismo corazón del lobo, y otra –menuda, limitada y caricaturesca- la de sus satélites periféricos. Fue así como John Dewey no pasó a ser sino un modelo en algunos colegios particulares de la burguesía.
La segunda avanzada norteamericana para capturar nuestra educación se disfrazó de ciencia, técnica y modernidad. En un país donde se rinde culto a la huachafería tenía que expandirse la opinión que no era posible el proceso enseñanza-aprendizaje sin instrumentos ni ayudas pedagógicas. Los profesores empezaron a tomar en sus manos, grabadoras, proyectores de vistas fijas, metrónomos, relojes de contacto, diapasones y mil aparatos más que con el nombre de sistemas audiovisuales y material pedagógico convertía el trabajo del educador en una proeza técnica. Nuevamente los beneficiarios fueron los colegios de los ricos ya que los proyectores y diapositivas nada tienen que hacer en las decenas y miles de escuelas sin energía eléctrica del Perú.
Y así llegamos a los tiempos actuales. Otra vez el modelo económico ha traído consigo su modelo educativo. Al entreguismo de nuestras riquezas naturales ha seguido otro, pedagógico, con la intención de capturar el pensamiento, la conducta y hasta el estilo de vida de nuestros alumnos. Ahí estamos ahora: las pautas pedagógicas que el oficialismo impone en el país con producto de una Tecnología Educativa Conductista y Neoconductista interesadas ambas en el hombre sólo como mano de obra y fuerza de trabajo al servicio de industrias supeditadas al mercado internacional. El hombre, que debe ser fin de la sociedad, termina siendo recurso humano para incrementar la productividad. Una pedagogía que tiende a la producción y comercialización de mercancías de una economía subsidiaria que se sirve del pueblo para exportar riqueza y, en cambio, se muestra ajena e indiferente a los intereses populares.
La pedagogía que se enseña y usa en el Perú no es, pues, peruana. A partir de 1975 hasta la fecha el Ministerio de Educación se encargó de organizar mil y un seminarios, talleres, foros y otras actividades más para “perfeccionar” al magisterio. El Programa de Educación de San Marcos también ha dado una mano en este sentido. Siempre se tomó como escudo nombres bien sonantes como psicología del aprendizaje, evaluación escolar, investigación educativa, enseñanza programada, modificación de conducta y, en general, toda aquella mercadería ideologizada, que engloba la Tecnología Educativa proveniente de Tallahasee (USA).
Justo es mencionar que en esta forma de neocolonialismo educativo participan educadores y psicólogos adscritos al conductismo. Sus nombres no interesan. Cuando se haga la relación de los protagonistas del entreguismo en el Perú, a los muy conocidos de Ulloa, Kuczynski y Rodríguez Pastor, bastará agregar el de José Benavides Muñoz.
Mencionar en estos casos la “posición de clase” que podrían asumir los modificadores de conducta como sostiene un interlocutor mío, es ingenuidad o maniobra. ¿Cuál va a ser la posición de clase de los planificadores de la educación del Ministerio?, ¿Cuál la de sus supervisores?, ¿Es que se puede venir del Departamento de Estado de los Estados Unidos una tecnología educativa que funcione en la dirección que requiere el pueblo peruano?
Para terminar es necesario recordar la respuesta dialéctica que los maestros del Perú han dado a la Tecnología Educativa importada. Ella ha tomado el nombre de Educación Popular, tiene aún vida clandestina y está descubriendo los principios de una hasta ahora incipiente pedagogía peruana que está a la altura del desarrollo de nuestras fuerzas productivas y nada tiene que hacer, felizmente, con Skinner, Gagne, Kenneth Beach y otros psicólogos.
Referencias
Castillo Ríos, C. (viernes, 1 de julio de 1983). Hacia una pedagogía peruana. La República, p. 11.
[Fotografía del Diario La República]. (Lima. 1983). Archivo fotográfico de la Revista La Chispa, extraído de la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional del Perú. Lima, Perú.