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sábado, 9 de enero de 2021

LA UNIVERSIDAD DEL DELITO ESCRIBE CARLOS CASTILLO R.

 

La Universidad del delito

Escribe Carlos Castillo Ríos

Reeditado por Marco EspinozaS.


        En el Seminario de Derecho de la Universidad de Trujillo, en medio de un silencio dramático, se alzó una alumna, Tula Benites V., y con voz clara, trémula, mezcla de desconcierto y protesta, nos acribilló a preguntas: ¿qué debemos hacer frente a estos niños abandonados y pobres, agresivos y hambrientos, solitarios y tristes? ¿Qué podemos hacer nosotros frente a este drama que ya no es solo de Lima y que lo vemos crecer día a día? ¿Cómo debemos tratar este problema que va minando el hogar, la ciudad, nuestro futuro?

Los profesores, así encuestados, nos miramos los ojos sin poder responder. Más tarde, en la ciudad universitaria, tratamos a duras penas de aproximarnos a la dramática situación de los niños del Perú: la asfixia del ambiente rural donde se paga el rudo trabajo con miseria y luego el atractivo falso, ilusorio, de la gran urbe que ofrece muchas ilusiones y pocas realidades y, al final, la fuga precipitada, incontenible, de millares de familias que van a Trujillo, Arequipa y Lima, en busca de la felicidad y la necesidad satisfecha que les ha negado el campo.

La urbe pone el resto: desempleo, subocupación, crueldad, abuso, explotación y miseria. La familia que, en la ciudad, no es ya unidad de producción y para sobrevivir, se disgrega. Los padres que salen del hogar a buscar trabajo, las madres sirvientas y los niños abandonados a su suerte mezclando, en el vecindario, su soledad con los otros niños y los perros chuscos. Y, en las noches, el hacinamiento, unos cuántos fideos en la sopa que abriga y no alimenta, o el té con pan. Luego, eso que se llama escuela que los recibe a medio tiempo en un banco estrecho y una pizarra gris. Más tarde o más temprano, la fuga del hogar para escapar de la crueldad de los padres o, simplemente, por curiosidad. No hay que olvidar que afuera, lejos de ese hogar de esteras y cartones, están atractivos, luminosos, los “pin ball”, los automóviles, los mercados, la aventura.

La calle, nueva escuela, tabla de salvación, aliada del niño pobre, le ayudará a librarse del ófrico ambiente familiar. Ahí surge, para consuelo reciproco, el grupo, la pandilla, la collera. No más entonces los suspiros prolongados de una madre que sufre y envejece en silencio. La calle enseña a olvidar. Embriaga. La ciudad así se le ofrece a los niños de 7, 9 u 11 años, como aparente solución a todos sus problemas inmediatos. Ahí están los otros, pálidos como él, silenciosos como él, introvertidos y solitarios como todos los niños pobres del Perú.

La pandilla infantil es el sindicato de los niños. Se organiza para defenderlos. Hay en su interior una clara división del trabajo y nuevas formas de sanciones y controles. Hay un código de honor no escrito y que se cumple. Es como una república de niños (pero bien organizada) donde está el único Ministerio de Educación que funciona en el país y que enseña cómo vivir, qué cara poner para pedir limosna, cómo robar y cómo hablar para que no entiendan los demás. Ahí se aprende, con la más depurada tecnología educativa que no trajeron los gringos, cómo defenderse del mundo agresivo y hostil de los mayores. Ahí se enseña cómo escapar al control de “tiras” y “tombos” y cómo burlar al imperio de una ley de mayores donde el verdugo es el Juez de Menores. Ahí se internaliza, en lecciones más prácticas que teóricas, una nueva visión del mundo. Hay también formación profesional: se comienza de “pájaro frutero” y vagabundo, para terminar de malhechor. Y así, con objetivos tan claros y precisos, la republica funciona muy bien. Hasta tiene su universidad y que algunos creen que es el único centro de educación superior que no tiene problemas, que enseña muy bien y que se llama universidad del delito.

Pero usted, Tula, también pregunta: ¿Qué hace el Estado, que hace la sociedad por estos niños? Y, en este caso, la respuesta es concreta y precisa: no hace nada. Es que en nuestro país se respeta también la libertad de los niños a buscar, para sobrevivir, su propio camino. (Castillo, 1982, p. 10.).

Referencias

Castillo Ríos, C. (11 de octubre de 1982). La Universidad del delito. La República, p. 10.

[Fotografía de Marco Espinoza]. (Lima. 2021). Archivo fotográfico de la Revista La Chispa, imágenes extraídas de la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional del Perú, Diario La República (1981-1993). Lima, Perú.

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