¿Quién defiende a los nativos de la selva?
Escribe Carlos Castillo Ríos
Reeditado por Marco Espinoza
Los pobres más pobres entre todos los peruanos siguen siendo los nativos de la selva. Nadie los defiende. Y, al contrario, cuando les corresponde intervenir a las dependencias del Estado, lo hacen en su contra. Como si no fuesen peruanos o se hubiese dado la consigna de exterminarlos.
Aquí, dos ejemplos:
El 28 de junio de 1984 la Compañía Shell Exploradora y Productora del Perú, a través de uno de sus apoderados, Dr. José Burga Cubillas, firmó con el jefe machiguenga José Pereyra Rashiari un contrato simple absolutamente contrario a la letra y el espíritu de la Constitución peruana por el que dicha trasnacional holandesa entrega a la comunidad machiguenga un generador eléctrico usado de marca “Honda”, tipo 2.500 y 360 pies de calamina, también usadas, a cambio del uso a perpetuidad de un enorme terreno para que la compañía Shell construya un amplio campamento y un aeropuerto. Estamos tratando de más de 12 mil metros cuadrados de magnificas tierras a orillas del río Urubamba.
El generador “Honda” puede alumbrar tenuemente 10 focos, pero consume gasolina carísima para el lugar. De manera que es muy poco utilizado. La calamina solo alcanzó para techar la escuela de Nuevo Mundo, una pequeña y bella ciudad machiguenga. Fueron los nuevos sustitutos a los espejitos y pulseras de fantasía que tradicionalmente llevaban los colonos a la selva, para engañar a los nativos,
En el terreno, en cambio, sin pago de merced conductiva alguna, se ha construido un enorme campamento para los trabajadores de la Shell y dónde los nativos jamás pueden ingresar porque está cercado con alambre de púas. El campamento tiene todas las comodidades: luz, agua, alcantarillado, televisión que funciona en base a videos (generalmente pornográficos), venusterio para cuando llegan las “visitadoras”, enfermería, comedor de obreros, de staff, bar, etc. más allá funciona el aeropuerto.
A 600 metros de estas instalaciones está Nuevo Mundo. Allá viven los machiguengas, propietario de esos terrenos, en las más pobres condiciones imaginables. Su dieta gira entorno persistente y casi crónico de yuca y plátano, mañana, tarde y noche. Los nativos no tienen ni azúcar para consumir. Es probable que su única fuente de proteínas sea pescado de río, lleno de espinas.
Los machiguengas quieren renovar contrato con la Shell, pero nadie les hace caso. A PETROPERU sólo le interesa la explotación petrolera pero no los hombres, mujeres y niños a quienes se les ha arrebatado parte de su territorio a cambio de una ilusión. Pero eso no es todo: algunos trabajadores de la Shell, insatisfechos de los servicios “las visitadoras”, han empezado a irrumpir por la ciudad machiguenga y ya son padres de algunos hijos que no reconocen como suyos.
Todo hace prever que apenas surja el petróleo —ya falta muy poco para ello— la situación de los nativos irá de mal en peor. Ellos no tienen más defensa que el texto de la Constitución del Estado que, en esas inmediaciones, es poco menos que letra muerta. Existe instituciones que los ayudan mucho (“Vecinos Mundiales” es un ejemplo porque ha erradicado totalmente sistemas de protección paternalista) pero hay otras que aún despiertan sospechas sobre sus verdaderas intenciones. Una de ellas, el Instituto Lingüístico de Verano.
También dolorosa e injusta es la situación de los ashaninkas establecidos en el Bajo Ríos Ene. Ellos, a partir de 1979 han empezado a ser invadidos por colonos y empresarios madereros. Llegaron a formar, inclusive, cooperativas de colonización integradas por comerciantes, desempleados y uno que otro narcotraficante. Todos, con el apoyo de funcionarios del Ministerio de Agricultura que les proporcionaba datos de catastros oficiales y asesoría, hicieron un gran negocio a costa de los intereses de los nativos.
Muy poco quedó, de esta manera, del territorio de los ashaninkas. Se vieron obligados a abandonar Chanchamayo, Satipo, Urubamba y el Valle del río Apurímac. Todo se vino abajo después, entre 1980 y 1985, cuando aquellos colonos con apoyo oficial, empezaron a aperturar fosas para macerar la coca. En 1983 se envió una comisión de la PIP para investigar desmanes y tropelías, pero la comisión fue eliminada. Indudablemente todo ese territorio ya estaba sujeto al dominio de los narcotraficantes.
Falta aún mucho para lograr la paz. Hace poco, el 1° de octubre, se dice que llegaron 5 colonos para usufructuar terrenos de la comunidad nativa. Ante la resistencia ofrecida por la población, llegaron 50 y 60 más, y se acentuó el problema.
Hay, prácticamente ahora, una guerra abierta en aquellos parajes. Nativos y colonos luchan por tierras y sobre ellos pasan múltiples aviones y avionetas con destino y carga desconocidos. Los ashaninkas tienen miedo, pues si llegan las autoridades represivas ellos van a llevar la parte más dolorosa. Siempre sucede así. Los pobres son los más damnificados. Los colonos desaparecen en esos momentos y los narcos tienen la protección que, en un país capitalista, concede el dinero.
¿Quién defiende a los desheredados de la tierra? (Castillo, 1986, p. 21)
Referencias
Castillo Ríos, C. (04 de febrero de 1986). ¿Quién defiende a los nativos de la selva? La República, p. 21.
[Fotografía Marco Espinoza]. (Lima. 2023). Archivo fotográfico de la Revista La Chispa, extraído de la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional del Perú, Lima, Perú.
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