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martes, 21 de diciembre de 2021

𝐑𝐞𝐨𝐫𝐠𝐚𝐧𝐢𝐳𝐚𝐜𝐢𝐨́𝐧 𝐝𝐞𝐥 𝐈𝐧𝐬𝐭𝐢𝐭𝐮𝐭𝐨 𝐝𝐞 𝐌𝐚𝐫𝐚𝐧𝐠𝐚

 

Escribe Carlos Castillo Ríos

Reeditado por Marco EspinozaS.


El flamante ministro de Justicia ha visitado los centros de reeducación y se ha asombrado por lo que ha visto, especialmente en el Instituto de Menores de Maranga. Y no es para menos: este centro ha sido siempre una cárcel de jóvenes del pueblo. No llegan a sus claustros, salvo contadas excepciones, los hijos de las clases medias y jamás los de la burguesía. Alguna vez se nos ocurrió decir que Maranga era la universidad que mejor funciona en el Perú. Es decir, la universidad del delito: a ella llegan humildes “pájaros fruteros” y egresan muchachos maltratados y, algunas veces proyecto de rateros y criminales que más temprano que tarde irán a parar a Lurigancho.

De Maranga han egresado, para engrosar las filas del hampa, millares de jóvenes de extracción humilde. Por ejemplo, Juan Asunción Vicharra, más conocido por “el loco Vicharra”, que hace algunos años murió abaleado. Juan Asunción fue, hasta 14 años, un magnifico muchacho. Seguramente mucho mejor de lo que fuimos nosotros, a esa edad. Solidario y generoso, los vecinos de Santa Eulalia lo solían recordar como el chiquillo que alguna vez recogió a un mendigo de la calle y, ante el asombro de familiares y vecinos, le lavó la cara, le dio de comer, rompió la alcancía donde guardaba sus ahorros y, con ese dinero, lo llevó a la peluquería y le compró ropa.

Era demasiado muchacho para un país absurdo como el nuestro. Sin embargo, una vez le echaron la culpa de haber tomado 150 soles de un grifo que vendía gasolina a la vera de la carretera y por eso, sin más investigación, lo llevaron ante un comisario. Este policía, por ignorancia o rutina lo derivo al Juez de Menores de Lima. Y el magistrado, que se supone era protector de menores, no encontró otra medida tutelar que remitir a Juan Asunción al Instituto de Maranga.

Y ahí se concretó la horrenda transformación. Los internados sirven para alejar a las personas de su hogar, de su familia y de su comunidad. Para imponerles —sea convento, cuartel, reformatorio o escuela militar conductas desviadas, concepciones alienadas sobre la vida, el amor, el trabajo y la familia y particulares escalas de valores. Cada internado imprime su propia imagen de la sociedad. En Maranga se enseña a vivir usufructuando el trabajo ajeno. La mujer, se dice, es un instrumento de placer que se compra en cualquier mercado. El dinero, se piensa, abre todas las puertas. Hay que ser duro, procaz e insensible: sufre mientras eres yunque, que ya serás martillo. Habría que volver a leer “Los hijos del Orden” de Luis Urteaga Cabrera para tener una idea más precisa de la vida que se lleva en Maranga. También puede servir, en cierto modo, ver “La ciudad y los perros”: en el filme se aprecia la crueldad y horror que se gesta en los internados donde, bajo el pretexto de educar, se corta impunemente la relación adolescente-familia-comunidad tan necesaria para afirmar la estabilidad emocional de las personas. Y se manipula y orienta el pensamiento y la conducta de los jóvenes hacia predios incompatibles con la condición humana.

Así ha sido y así es Maranga. El Instituto tiene una larga historia: reabierta en julio de 1945, pasó por diversas administraciones (civiles, religiosas, policiales y mixtas) con los mismos resultados: fracaso total, absoluto. En sus 40 años de vida fue parodia de fábrica, taller, convento, escuela politécnica y cuartel. Debiendo ser clínica de conducta —que sería muy difícil sostener— fue más bien, aparato represivo del Estado; “asusta muchachos” para defender la propiedad privada; lugar de castigo para adolescentes que osan desafiar el orden de un país que se reclama democrático y justo. Y así fue, siempre, —salvo pequeños oasis reorganizativos que duraron muy poco— instrumento de abuso e injusticia.

Su destino no depende exclusivamente del Ministerio de Justicia. En Maranga repercuten directamente los vicios e inmoralidades de las instituciones a las que están vinculada. Primero, la policía, de la que es mejor, ahora, no hablar; después, de los juzgados de menores y, en tercer lugar, del mismo instituto de reeducación.

Los juzgados de menores que debieran practicar una justicia protectora y humana en beneficio de la infancia y adolescencia, no funcionan sino como agencias represivas de corte penal. Pertenecientes al Poder Judicial, participan de todas sus deficiencias además de las propias. Con intención o sin ella, por su concepción, su organización, su ideología, el vocabulario que utilizan y la falta de personal especializado, deviene en algo así como juzgados de Instrucción para Menores. Es decir, el menor solo sirve para nutrir un expediente lleno de proveídos, actas, informes y recursos que irán a terminar en una vulgar sentencia penal, aunque demagógicamente se le llame “medida tutelar”.

El estilo que han ido adquiriendo los juzgados de menores es especial: como no hay normas procesales —precisamente para permitir al juez actuar libremente en defensa de los niños— se ha acostumbrado a realizar investigaciones en torno a los menores, a su conducta, y no a su situación social y sus problemas. En diversas oportunidades se habló de reorganización de los juzgados, pero no pasó nada. Ahora como están, no ofrecen garantía alguna de eficiencia, humanidad y defensa real y concreta de la minoridad. Al contrario.

Pero no es nuestra intención desalentar al entusiasta Ministro de Justicia. Al contrario: queremos recordarle, simple y humildemente, que el problema de menores es muy complejo. Que el Instituto de Maranga no es sino, al fin de cuentas, síntoma de un malestar social más generalizado que si a simple vista se relaciona con los cuerpos policiales, el Poder Judicial y la administración pública, también esta vinculado, por lazos menos visibles, pero igualmente importantes, con los problemas estructurales del país. No hay un buen Instituto de Menores en ningún Estado dependiente y subordinado al poder trasnacional. De manera que el problema de los muchachos que se portan mal, depende de los políticos que se portan bien.

Estos tendrán, por otra parte, el mayor apoyo de la ciudadanía, mientras estén al servicio del pueblo. (Castillo, 1985, p. 21)

Referencias

Castillo Ríos, C. (26 de agosto de 1985). Reorganización del Instituto de Maranga. La República, p. 21.

[Fotografía del periódico La República]. (Lima. 1985). Archivo fotográfico de la Revista La Chispa, extraído de la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional del Perú, Lima, Perú.

 

 

 

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