La República de los niños
Juegos y Juguetes
Escribe Carlos Castillo Ríos
Reeditado por Marco EspinozaS.
Porque Jesús nació en diciembre la cultura occidental y cristiana consagró todo el mes al culto de la paz y el amor. Es la navidad, dulce navidad para todo el mundo. Mes de perdón y de olvido. Mes, también, de los niños, los dulces y las tarjetas diseñadas en casa con papeles de color, escarcha, purpurina y mensajes portadores de felicidad y parabienes.
Desde entonces, los niños de casi todo el mundo tenían un 25 de diciembre sólo para ellos. En ciertos hogares con pavo y nueces y en otros por lo menos con un humeante chocolate y panetón. Y después, niños de todas las edades, a jugar.
Infancia y juego son partes de un mismo binomio. El juego es la manera que ha creado el niño para aprender a vivir. Por el juego se aproxima a la realidad y por obra y gracia de su imaginación, se convierte en aviador, medico, hombre invisible que lleva felicidad a todos los hogares y mago capaz de imponer el amor donde existe el odio.
Desde principios
del siglo XX la navidad era, en realidad, para creyentes y agnósticos, el día
del amor. El día de la tregua, el día de la paz. El juego crea, a su vez, el
juguete que fabrica el padre con sus mismas manos o lo imagina el niño con su
enorme fantasía. Un trozo de madera que flota en la bañera es un suntuoso
barco. Un sucio palo de escoba, inservible, un brioso corcel. El niño del campo
hace aún mucho más: le da vida a las cosas. Y así conversa con la montaña, se
asocia con el viento y canta con las aves. Son sus amigos personales,
intransferibles, y con ellos teje sus sueños.
Así, hasta la primera guerra mundial. Los juguetes, como la paz y el amor, no pudieron ingresar al mercado. La navidad no quería saber nada con las leyes de la oferta y la demanda se hacían los juguetes con nombre propio para obsequiarlos o se extraían de la fantasía y la imaginación. Navidad, blanca navidad para todo el mundo.
El mundo ha pasado, desde entonces, otra guerra mundial y el sistema —esa mala palabra que se llama el “sistema”— convirtió el amor a los niños en mercancía y empezó a fabricar juguetes, millones de juguetes hechos en serie, odiosamente acabados y agresivamente perfectos. Mecanos, tinker-toys, ositos de peluchi y trenes eléctricos. Un encanto en verdad, pero también una fortuna. Abajo entonces la imaginación del niño y otra vez paso a la discriminación y la injusticia. El cielo con pilas para el niño rico y apenas un silbato de plástico para el niño pobre. Y todo esto a nombre del niño—Dios, de la paz y del amor. Ahora los niños, para estimular su imaginación, necesitan que alguien les de cuerda. Así es el capitalismo.
Y todo esto se llama civilización y cultura occidental y cristiana. (Castillo, 1982, p. 9)
Referencias
Castillo Ríos, C. (23 de diciembre de 1981). La República de los niños. Juegos y Juguetes. La República, p. 11.
[Fotografía del Diario La República]. (Lima. 1981). Archivo fotográfico de la “Revista La Chispa”. Imágenes extraídas de la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional del Perú: Lima, Perú.
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