Los años cincuenta
La generación del Palermo
Escribe Carlos Castillo Ríos
Reeditado por Marco EspinozaS.
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n la Universidad de La Cantuta están haciendo una investigación literaria sobre la llamada “generación del 50” y me piden, testigo que fui, rememoré aquellos tiempos. Y, en realidad, es muy agradable hacerlo.
El punto de reunión para poetas, novelistas, cuentistas y aprendices era el patio de Letras de San Marcos y, en las noches, el bar Palermo, en la Colmena, cualquier día, pero siempre, indefectiblemente, los jueves. Era fácil advertir cierta tolerancia de su propietario y sus camareros al grupo pues consumíamos poco con relación a las muy prolongadas horas de tertulia. Pero no era por falta de sed, como de dinero. Las reuniones, cada vez más interesantes, servían para leer poemas, cuentos cortos, intercambiar comentarios sobre ultimas lecturas y, también, “chismear” un poco. Ahí nació nuestra primera publicación, una especie de acordeón impreso en fino papel lustroso y que se vendía al increíble precio de un sol. La pequeña revista se denominó, precisamente, “JUEVES”.
Eleodoro Vargas Vicuña, un poco mayor que los demás y que venía de aditar “Nahuín”, era uno de los grandes animadores del grupo. Leía sus cuentos con especial destreza y voz microfónica nacida en sus practicas en Radio Nacional, donde tenia un programa cultural. Otro asiduo concurrente y conversador brillante era el ahora desaparecido Edgardo Pérez Luna quien entonces hacía poesía y no cesaba de hablar, con creciente admiración, de Juan Ríos y su obra literaria.
Al Palermo llegaba, con mucha frecuencia, Washington Delgado que ya ejercía liderazgo sobre todos y era, como ahora, un brillante expositor. Su información, en materia cultural, era asombrosa. Solía acompañarlo Pablo Guevara quien, con unas cuantas copas y cuando estábamos en casa de confianza, bailaba tonadillas españolas. Desde San Marcos era buen amigo y animador del grupo Alberto Escobar entonces poeta un tanto reacio de ir al Palermo en las noches de bohemia. Pero ya era un estudioso e infatigable trabajador. Como muchos poetas se orientaban hacia “el deber ser social” Alberto reivindicaba el “deber ser amoroso”. Y lo puso en práctica con tanta devoción que con un hermoso poemario (“De misma travesía”) ganó un Premio Nacional de Cultura. Editaba, con Jorge Puccinelli, la revista “LETRAS” PERUANAS” que en alguno de sus números hizo una antología de los poetas menores de 25 años entre los que no podían dejar de estar, naturalmente, Washington, Pablo, Alejandro Romualdo, que hacía al mismo tiempo caricaturas e ilustraciones magistrales, Paco Benduzú, Gonzalo Rose, Blanca Varela, Lola Thorne, que aún no era pintora, Cecilia Bustamante, Leopoldo Chariarse, Américo Ferrari y otros que, por accidente, caíamos en esas páginas.
Luis Alberto Sánchez, desde lo más alto de San Marcos, se negaba a consagrar en sus artículos y lecciones a cualquiera de los citados. Decía que no estaba seguro si hacían poesía por “imperativo biológico” (los románticos 20 a 25 años) o porque, en realidad, habitaba en ellos un autentico poeta. Bueno es recordar que ninguno era aprista pero tampoco comunista como que no había muchos libros marxistas a la mano y la gente del Palermo andaba demasiado deslumbrada por la literatura universal para ingresar a los complejos predios del materialismo científico. Pero todos eran, en cierto modo, una especie de socialistas intuitivos.
No sólo poetas eran los miembros de “Jueves”. Por ahí caían Pablo Macera y su hermano Julio, Abelardo Oquendo y siempre, casi siempre, Esperanza Ruíz. Lima no estaba, entonces, acostumbrada a ver mujeres rodeadas de hombres que hablan de arte y trasnochaban en los bares, así que la miraban con recelo y curiosidad. Esperanza, cuando estaba en vena, cantaba “Pena, penita, pena” al estilo Lola Flores y fue la primera en partir para Europa. Se quedaron Nícida Coronado, Evalina Gayoso y Carmela Izaguirre.
Lo curioso es que los literatos sanmarquinos de aquella época se conocían mucho entre sí, pero no eran conocidos —ni muy publicados— en Lima, por ser muy jóvenes. Muchos de ellos no habían sido descubiertos por el grueso publico y las paginas literarias estaban llenas de los ya consagrados Sebastián Salazar Bondy, Jorge Eduardo Eielson, Javier Sologuren, que aún no había partido a Suecia, y los inmortales Vallejo, Eguren y Martín Adán.
También era muy conocidos los apristas llamados “poetas del pueblo” cuyas máximas expresiones eran Mario Florián, Garrido Malaver y Gustavo Valcárcel quien, en aquellos tiempos, cultivaba lo mejor de la poesía abstracta. (“Si pájaro de amor, de amor moría/ era su amor el ala que volaba/ geografía amorosa la surcaba, / aérea remembranza la envolvía”) así ganó los juegos florales de San Marcos. De aquel equipo fueron los ya extintos Manuel Scorza, Luis Carnero Checa y Guillermo Carnero Hocke, autor de un estupendo poema de Gandhi que hizo la misma noche que se supo de su muerte en Lima y que, según dijeron, fue traducido y publicado en el mundo entero.
El rector de San Marcos era aprista y los ganadores de los Juegos Florales también. Mera coincidencia.
En el Palermo funcionaba pues la más atractiva peña literaria de la época. Como a los poetas se les publicaba poco, cada uno andaba con sus versos al ristre, presto a leerlos. A veces se tenía que negociar: “oigo tus poemas, pero si te comprometes, después, a escuchar los míos”. No se trataba de dar a leer los poemas sino de entonarlos, hacerlos escuchar.
La mesa literaria del Palermo crecía algunas noches. Carlos Eduardo Zavaleta estudiaba medicina, pero ya hacia literatura. Desde provincias llegaban Tulio Carrasco y Manuel Baquerizo. También hizo su aparición —muy delgado, arequipeñismo— Oswaldo Reynoso. Manuel Velásquez R. estaba con nosotros, pero también con el grupo de filosofía que rodeaba a Víctor Li Carrillo y al que pertenecía, también, Guillermo Lobatón. En el Palermo, en un ángulo de la mesa, muy tímido y respetuoso, callaba siempre un adolescente, todavía colegial: Livio Gómez.
José Adolph era, entonces, un brillante periodista. Todos ignorábamos que escribía cuentos y muy buenos. Recuerdo que alguna vez imaginó un reportaje a una artista de fama mundial, también de la generación del 50:
—Yo, señor, soy Sofía Loren
—Mucho “busto”, señorita… (Castillo, 1985, p. 55)
Referencias
Castillo Ríos, C. (23 de junio de 1985). La generación del Palermo. Artes y Letras de La República, p. 55.
[Fotografía del periódico La República]. (Lima. 1985). Archivo fotográfico de la Revista La Chispa, extraído de la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional del Perú, Lima, Perú.
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