A pocos días de conmemorarse el cumpleaños número 93 de
quien en vida fue el maestro Carlos
Castillo Ríos y a tan solo 2555 días de celebrarse el centenario del tan
recordado “Cayo”, es en esta
oportunidad que presento un artículo hecho para la Revista Autoeducación (1984), el cual lleva como título: “Ciencia, tecnología e ideología”, hace
buen tiempo atrás, diferentes educadores polemizaron sobre el problema
educativo como una cuestión de tecnología educativa, al respecto transcribo tal
cual fue publicado:
“La tecnología educativa que se consume en nuestra patria
es mayormente importada. Entonces es lícito preguntarse: ¿Su ingreso no sirve
de caballo de Troya que esconde nuevas formas de dominación? ¿No hay necesidad
de promover una tecnología educativa que nazca desde la práctica del magisterio
nacional, sin desconocer el aporte universal?
Castillo Ríos, prestigiado educador peruano y consultor
de la UNESCO, busca responder a las cuestiones señaladas” (Revista
Autoeducación, 1984, p. 59).
Ciencia,
tecnología e ideología
Escribe Carlos Castillo
Ríos
Reeditado por Marco
Espinoza
No quisiera ingresar, ya que otros lo vienen
haciendo desde siglos, a la definición de lo que es ciencia, tecnología e
ideología. Tampoco a su evolución ni a la estrecha relación que tienen entre
sí. Podría ser, después de todo, que tanto la ciencia como la tecnología y la
ideología no sean sino expresiones del mismo fenómeno. Algo así como si se
repitiese otra vez, en la historia del mundo, la existencia de tres personas
distintas y un solo dios verdadero. Pero, ya que no he de referirme a la
definición ni a la evolución de ciencia, tecnología e ideología, quisiera, más
bien, ocuparme de sus efectos, de sus resultados, tal como lo sentimos muchos
hombres comunes y corrientes de un país dominado y dependiente como es el Perú.
Caballos de Troya
A esas
tres fuerzas unidas a que se refiere este artículo –a lo mejor resulta ocioso
distinguir cuál tiene mayor responsabilidad-, les debemos la ruptura de la
armonía en la vida del hombre y, por consiguiente, su infelicidad. Ellas fueron
algo así como los caballos de Troya del capitalismo y ahora están perfectamente
instaladas en el primer y tercer mundo. Tienden, además, sus redes y anzuelos
sobre los países del segundo mundo, habiendo logrado muy buena pesca en más de
un Estado de aquellos que se autodenominan socialistas.
La
ideología, la ciencia y la tecnología se apoderan de nosotros de diversas
maneras: introduciendo a nuestra vida cotidiana cuadernos, clavos, radios,
espejos, y fármacos, primero; maquinaria pesada, enormes plantas energéticas, y
equipos electrónicos, en segundo lugar; sistemas institucionalizados para
proveer educación, salud, justicia y recreación, luego enseñanza, hábitos,
conductas, estilo de vida y maneras de pensar, después, y formas y sistemas de
control, domesticación y dominación política y social en quinto, aunque no
último lugar.
En este
proceso de dominación todo está milimétricamente programado con la precisión
que dan las computadoras. Lo peor del caso es que la ciencia, la tecnología y
la ideología se presentan como fuerzas totalmente positivas y hasta necearías. Nadie
podría, en su sano juicio, decir algo así como “¡Muera la ciencia que hace posible la esclavitud de los pueblos!” “¡Abajo la tecnología de los países más
avanzados del orbe porque, a la postre, son nuevas formas de dominio!”
Quien esto dijera sería considerado, además de loco y resentido social, como
enemigo del progreso o defensor de la ignorancia. Es decir, algo así como un
malhechor social.
De
manera que niños, cocinas, escuelas, fábricas, obreros, cuarteles, hospitales,
oficinas, campesinos, universidades, familias, gobierno, relaciones
internacionales, amores y guerras, están prisioneros de la tecnología, la
ciencia y la ideología dominantes. Son, pues, dichas fuerzas vehículos que
conducen a los nuevos jinetes del Apocalipsis que ya han tomado posesión de la
mayor parte del mundo que ellos denominan civilizado.
¿Cómo lo
han hecho? No es difícil reconstruir históricamente cómo tan poderosa
tripartita logró apoderarse del mundo. Tenía necesidad el hombre colectivo de
una herramienta para facilitar su tarea productiva y le inventaron varias
máquinas para que remplacen al hombre, condenando así a millones de personas al
desempleo. Pidió ese hombre recursos que le sirvan para dominar mejor a la
naturaleza y le fabricaron no uno sino muchos a los que debe servir, ser su
esclavo.
El
trabajo que siempre fue creativo se convirtió así en alienante. Sintió el
hombre necesidad de mitigar sus dolores y prevenir sus enfermedades y, como
respuesta, le crearon un especialista llamado médico que le expropió la salud,
convirtió la medicina en mercancía y es ahora superhombre de quien depende el
humilde ciudadano para nacer, vivir y morir.
Quiso asumir
el hombre su función de rey de la creación y terminó siendo recurso humano para
una producción, que debiendo estar en manos colectivas, sólo pertenece y
enriquece a unos cuantos. Aspiró el hombre a movilizarse a más velocidad de la
permitida por sus piernas y ahora los privilegiados son viajeros crónicos cuyas
ciudades se organizan alrededor de vehículos donde pasan, prisioneros, por lo
menos tres horas al día, mientras los no privilegiados, sus víctimas, se la
pasan produciendo arroz, la harina o los bienes necesarios para sostener y
reproducir aquella injusta situación. Pero, eso sí, estos últimos cuentan con
una acémila o, en el caso de los hombres de ciudad, con un boleto de ómnibus para
viajar aplastados y con evidente riesgo de su seguridad personal. Como la
sociedad les exige producir más, les pone a su alcance medios incómodos y
primitivos de transporte en aras de una mayor productividad.
Medios de dominación y deshumanización
La ideología,
la ciencia y la tecnología arrasan pues, con todo. Sin embargo, todo lo
expuesto no sería tan grave si, de alguna manera, tales fuerzas hubieran
servido para acercar a unos hombres con otros. Es decir, para sembrar, de
alguna manera, un poco de fraternidad en las relaciones humanas. Pero ha
sucedido exactamente lo contrario: ellas están al servicio de una minoría privilegiada
y exclusiva y en contra de la mayoría. Han dividido a la humanidad en pocos
propietarios de los medios de producción, por una parte, y muchos, muchísimos consumidores,
por el otro lado, habiendo perdido estos últimos su autonomía, su hominidad, su
independencia, su sentido crítico y su acceso al bienestar. Los bienes que
produce la industria no están al servicio del hombre sino al revés: es el ser
humano el que ésta al servicio de la industria en calidad de recurso. No se
lucha ahora por SER, sino por TENER. La investigación científica, su mediación tecnológica
y la difusión ideológica de esa investigación están en manos sólo de los
acumuladores de conocimientos e informaciones, a quienes también se podría llamar
propietarios del saber y monopolistas de la opinión pública.
Después de
Skinner, los psicólogos, como ingenieros de la conducta humana, han ensayado
descubrir métodos y procedimientos encaminados a comandar los genes y programar
al hombre. Es decir, el desvarió y la locura. Pero lo peor del caso es que la
llamada comunidad científica pretende no haber ido lo suficientemente lejos en
este afán de dominar al mundo y así, en una de las últimas reuniones de la
Asociación Americana de Psicología, justamente tratando sobre control de comportamientos,
se propuso intensificar tareas tales como manipulación de los genes,
estimulación y modificación del cerebro humano, programación del comportamiento
y mayor vinculación del hombre y del animal y del hombre y de la máquina. Lo que
puede resultar de estas expresiones del “progreso”
es imprescindible. Sobre todo si se piensa que tales intentos –que más bien son
atentados- se realizan en los Estados Unidos de América, la primera potencia
mundial y sede del capitalismo internacional más deshumanizado y cruel que ha
concebido la historia y que es, al mismo tiempo, lugar desde donde se controlan
y conducen los hilos políticos que mueven acciones y medidas políticas en los países
del llamado Tercer Mundo.
Pero tal
vez no sea ésta la mejor hora para lamentaciones, asombros ni especulaciones. Cuando
se afirma que las principales compañías multinacionales aumentan sus ventas a
un ritmo superior al producto nacional bruto de la mayoría de los países del mundo,
se está dando a conocer, con claridad meridiana, quiénes son los que comandan los
destinos y orientaciones de la ciencia, la tecnología y la ideología dominantes.
No hay que ser muy perspicaz para
conocer el nombre y la razón social de esas compañías. Basta salir de noche en
una ciudad como Lima y tomar nota de los avisos de neón que asoman por encima
de los grandes edificios. Ahí están la Ford, la Bayer, la Sears, la Shell, la
Phillips, etc. Sólo los ciegos no la ven. Y si se quiere saber quiénes son sus
representantes, agentes de la barbarie y representantes de aquellos centros de
poder imperialista, basta dar lectura a los directorios de los bancos y las compañías
financieras. Y también, por supuesto, incluir en la lista a los políticos de
los partidos que detentan al poder en las democracias formales como la nuestra.
No están pues en buenas manos las
riendas de la ciencia, la tecnología y la ideología imperantes. Pero no sólo
ellos son los grandes culpables. Pareciera que también participamos de esta
grave responsabilidad quienes merodeamos por la universidad ya que, como “tontos útiles”, propagamos, consciente
o inconscientemente, los postulados de aquella ciencia y técnica imperialista.
Interrogantes
Sin
embargo, necesitamos ser optimistas. Como en las películas de Chaplin, estamos
al final del camino y se ve, a lo lejos, un sol que nos alumbra: es el futuro
que nos invita a cambiar, a transitar por nuevos rumbos. Después de todo la
historia no se detiene y es ahí donde debemos gravitar los educadores. A estas
alturas, ¿podemos seguir siendo los profesores propagandistas y difusores de
esa ciencia imperial? ¿Es que la ciencia es neutra, apolítica y dependiente de
la ideología burguesa? ¿Podemos hablar de una ciencia o una técnica nacionales?
¿Cuáles son los límites, las fronteras de la ciencia y la técnica con relación a
la realidad nacional?
¿Es posible
que continuemos enseñando a nuestros alumnos la Tecnología Educativa que se elabora
en Tallahasse (Estados Unidos) y que provienen del modelo conductista? ¿Por qué
no implementar una tecnología educativa que sea “creación heroica” de nuestro
pueblo? ¿Por qué ahora la aparición de tantos cursos sobre Tecnología, Planificación
e Investigación Educativa en casi todas las universidades del país e,
inclusive, en Programas de Educación de San Marcos, que se considera una universidad
comprometida con las mayorías nacionales? ¿Cuál es la función política que
viene cumpliendo INIDE y los funcionarios tecnólogos que en él trabajaron
durante la época de Morales Bermúdez?
¿Cuál es la razón por la que se
sabotea el desarrollo de la Educación Popular? Trataremos de dar respuesta a
estas interrogantes en un próximo artículo (Castillo, 1984, pp. 59-61).
Referencias
Castillo,
R. C. (1984). Ciencia, tecnología e ideología. Autoeducación: Revista de
Educación Popular, 3 (9). pp. 59-61.
[Fotografía
de la Revista Autoeducación]. (Lima. 1984). Hemeroteca de la Biblioteca
Nacional del Perú. Lima, Perú.
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