José María y el niño indio
Escribe Carlos Castillo Ríos
Reeditado por Marco EspinozaS
Hace más de 16 años el Consejo Nacional de Menores que parece que aún no resucita, distribuía, gratuitamente, libros escritos por peruanos sobre los niños de nuestro país. Comenzó la serie llamada “El niño del Perú” el filósofo Honorio Delgado y le siguieron muchos escritores, artistas, educadores, psiquiatras y profesionales de la calidad de Augusto Salazar Bondy (Los rebeldes sin causa), Niza Chiok de Majluf (Recreación infantil y equilibrio emocional), Carlota Carvallo de Núñez (La literatura infantil) y muchos más, que aún viven. Lo notable era que tales personalidades trabajaron para esa serie sin remuneración alguna y - ¡eran otros tiempos!- a simple llamada telefónica o con algún oficio complementario. Uno solo de nuestros invitados a escribir, un crítico literario que ahora vive en Estados Unidos y que no es Julio Ortega, respondió a nuestro requerimiento diciéndonos: “Bueno, pero ¿cuánto hay?” Y por eso nos quedamos sin el libro”. El CNM no podía darse el lujo de pagar, legítimamente, por el trabajo realizado.
Ahora recuerdo la conversación con José María Arguedas, entonces Director del Museo Nacional de la Cultura Peruana que hasta ahora funciona en la Avenida Alfonso Ugarte.
-No tenemos, José María, ningún testimonio directo escrito por un niño indio. Usted lo ha sido. ¿Por qué no nos narra sus recuerdos?
-Me agradaría mucho, oiga usted. Pero estoy atravesando por una etapa depresiva… aunque lo voy a intentar. De todas maneras, le agradezco por la invitación.
Creíamos haber fracasado en nuestro intento. Sin embargo, en la tarde de ese mismo día, recibimos una entusiasta llamada:
-Le llamo para agradecerle nuevamente por la invitación que me hizo esta mañana. Es curioso el bien que me ha hecho. Me desapareció la depresión y la sustituyo por cientos de recuerdos que han empezado a pasar por mi mente.
Es cierto: yo fui un niño indio y tengo mucho que contar. ¿Bastarán 20 carillas? Ahora mismo me pongo a trabajar. Es un hermoso tema. Estamos en contacto.
Recuerdo, como si fuera ahora, la emoción de sus palabras. La voz, el acento provinciano de José María, son inolvidables. Más tarde nos ayudaría mucho en el Albergue Tutelar de Menores donde, los sábados en la mañana, iba a contar cuentos en español y quechua a los niños detenidos. A los dos días de aquellas conversaciones telefónicas estaba Sybila en nuestras oficinas con algunas páginas iniciales y la ratificación del cambio operado en el escritor, en ese momento entusiastamente ocupado en la tarea entregada.
-No tienen idea el bien que le ha hecho el encargo de ustedes. Está feliz. Ha salido de su mutismo y está completamente entregado al trabajo.
Así nació el primer ensayo testimonial que denominó “Algunas Observaciones sobre el niño actual y los factores que modelan su conducta”. Muchos años después, en Huancayo, desaparecido José María conversábamos con Sybila sobre ese trabajo y ella, un tanto compungida, se dijo: “Es verdad, no lo hemos divulgado mucho. Es muy bueno. Tenemos que reeditarlo apenas se pueda. Lo tengo que hacer urgentemente”.
No sé si se ha vuelto a publicar dicho estudio, pero de ninguna manera debe ser omitido en sus Obras Completas. No conozco, hasta la fecha, nada mejor sobre el niño indio nacido y criado, como él dice, en las comunidades monolingües quechuas. Trata, magistralmente, sobre dos temas: Las creencias mágicas y religiosas y el Factor económico y social.
Para los niños las montañas son dioses porque de ellas brota el agua y los alimentos que le nutren. Y, en el interior de esas montañas está el paraíso de los niños que murieron antes de los 14 años. Allá permanecen, para siempre, entre flores, golosinas y cantos de pájaros. En vida, el niño participa de la vida de las piedras, ríos, lagos y manantiales. Arguedas recuerda que, a los 7 años, encontró una pequeña planta de maíz, casi moribunda. Y… “me arrodillé ante ella: le hablé un buen rato con gran ternura, bajé toda la montaña, unos cuatro kilómetros y llevé agua en mi sombrero de fieltro desde el río. Llené el pequeño pozo que había construido alrededor de la planta y dancé un rato, de alegría. Vi como el agua se hundía en la tierra y vivificaba a esa tiernísima planta. Me fui seguro de haber salvado a un amigo, de haber ganado la gratitud de las grandes montañas, del río y los arbustos secos que renacerían en febrero”.
No escapaba al ojo zahorí y atento de nuestro más grande escritor andino el proceso de socialización de matices colonizadores que empezaban a invadir el alma del poblador del agro. Cuando nadie se atrevía a cuestionar la escuela del Perú que prepara al niño rural, “para otra clase de vida que la que había de llevar a su medio social nativo”, José María denunciaba ese sistema escolar que convierte al niño del Ande en “víctima del menosprecio frecuentemente brutal de quienes tienen el poder político y la predominancia social”. Muy pocos, casi nadie, se acuerdan ahora del niño indio. Desapareció José María prematuramente y de manera dramática. Pero, igual, le habríamos perdido ahora, porque dudo que habría podido sobrevivir a la invasión de la televisión comercial a las provincias ni a todos los agravios que, a nombre del progreso y en el “quinquenio de la televisión”, se lleva a efecto con tan sofisticada tecnología. (Castillo, 1982, p. 11).
Referencias
Castillo Ríos, C. (24 de setiembre de 1982). José María y el niño Indio. La República, p. 11.
[Fotografía de Marco Espinoza]. (Lima. 2019). Archivo fotográfico de la Revista La Chispa, imágenes extraídas de la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional del Perú. Lima, Perú.
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